He comenzado a leerme el libro "Educación universal", escrito por Juan Manuel Moreno y Lucas Gortazar, y de momento me está sirviendo para conocer datos y desmontar creencias personales sobre la situación actual del sistema educativo y de ciertas cuestiones que lo rodean. Próximamente espero escribir una reseña más completa al respecto. Los autores, en este ensayo, nos ofrecen referencias con las que podemos llegar a la conclusión que la universalización de la educación, alcanzando a la mayor parte de la población de los países occidentales o de los llamados países ricos del Norte, puede ser una de las causas de esa supuesta bajada de nivel que aflora en los debates educativos. Sin embargo, como ellos sostienen, la bajada no es tal, sino más bien es una cuestión de cálculo: estamos midiendo un mayor número de estudiantes que avanzan por el sistema y que bajan el promedio; frente a una media anterior donde se contaba únicamente, para medir el nivel, con aquellos que promocionaban de etapa.
En cualquier caso, y teniendo en cuenta esta interesante tesis, no podemos negar que el lucrativo negocio educativo ha introducido muchas malas prácticas en aras a obtener nuevas matrículas o no perder aulas en los centros educativos. Solemos llamar la atención al alumnado en cuanto a esa cultura del esfuerzo necesaria, o una meritocracia mal entendida cuando no se tiene en cuanta el origen y las circunstancias personales de cada estudiante. Gracias al sistema de becas y a una auténtica inclusión educativa se puede, en cierta medida, resolver este tipo de desigualdades. No obstante, a veces no se predica con el ejemplo y se infla esa burbuja de aprobados con tal de no irritar al mal llamado cliente. La lógica que hemos creado nos lleva a poner por delante a la facturación o a la condescendencia frente al aprendizaje y competencias de nuestros alumnos.
No podemos mirar el actual sistema educativo con los mismo ojos que aquellos que cursamos otro tipo de bachillerato, FP o estudios universitarios. Aún así, poner el acento en obtener el mayor número de títulos posibles, frente a una capacitación real, puede acabar detrayendo valor a cualquier certificación o titulación. Todos conocemos las artimañas que tanto jóvenes o adultos realizan para superar cursos online o presentar trabajos con escaso o nulo trabajo detrás con el fin de cumplir con la papeleta. La burbuja educativa, que fomenta la obtención de títulos a peso, engorda los currículums pero nos hace dudar de cualquiera que los acredita. No existe la herramienta que mida el interés real del estudiante durante su aprendizaje, y además, las calificaciones no son consultadas por los empleadores ni son siempre garantía de nada.
Quizás debamos dar una vuelta a estas ansias por titularse a cualquier precio y comenzar a resaltar lo que realmente van a aprender nuestros estudiantes a lo largo de cada curso. Justificar la posesión de titulaciones como una mera criba para ser contratado, no parece el mejor de los criterios si luego queremos estudiantes preparados y amantes de su profesión. Certificar las competencias de aquellos que no pudieron estudiar en su momento es una loable iniciativa; otro cantar es ofrecer acreditaciones regaladas o con un mínimo de exigencia. En la formación profesional, al igual que en otro tipo de estudios superiores, comienzan a proliferar una oferta académica donde se corre el peligro de seguir haciendo crecer esa burbuja educativa donde el valor de lo estudiado no se corresponde a la labor desempeñada. Tal vez las empresas acaben fijándose en otras cualidades antes que en un currículo con diplomas de todo tipo. Incluso, si queremos llevar a cabo una evaluación formativa congruente, deberíamos poner el acento en un auténtico aprendizaje y no en una serie de números enteros con tendencia inflacionista.
Morir de éxito es una de las tantas posibilidades que tiene esta FP que nos ocupa. El récord de matriculaciones que cada año se supera no nos debe dejar de contemplar la necesidad de seguir reforzando las etapas educativas donde está el alumnado que supone mayores retos: grados básicos y medios de FP. Dejar que las personas transiten más fácilmente por el sistema, me parece una buena idea. Cuestión aparte es permitir promocionar y ajustar las programaciones y la consiguiente evaluación sin límite alguno. En caso contrario, estaremos haciendo un flaco favor a todos esos estudiantes que tienen la percepción de que se les acabará recompensando por cualquier cosa. A la vez que todo ello supone un agravio comparativo con aquellos que realmente se empeñan y preocupan por su aprendizaje.
Acertaremos en nuestra oferta educativa si apostamos por una exigencia que vaya de la mano de una flexibilidad bien entendida. Apostar por una formación con obligaciones low cost no se lo recomiendo a los alumnos, ni a sus familias ni a aquellos que planifican una oferta académica online o presencial. Ni pagar una matrícula debe conllevar una inflación calificadora ni el temor al enfado por un resultado no alcanzado debe suponer una autocensura en la evaluación de los aprendizajes alcanzados. No hagamos crecer la burbuja. A la larga nos lo agradecerá el estudiante.
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