Ahora que comienzan a abrirse las negociaciones para reducir la jornada laboral, me pregunto si realmente esa posible disminución a las 37,5 horas semanales que unos demandan o la condensación del actual horario durante solo cuatro días que otros prefieren, redundaría en una mejora de las condiciones laborales del profesorado. Un reciente estudio confirma que el sector educativo es el rey de las horas extras no pagadas por volumen. En mis más de veinte años de docencia no he visto progreso alguno en relación a la jornada lectiva, mientras que el IPC ha subido más de un 50% y los salarios (contando con los complementos por antigüedad) han subido casi a la par. Por no mencionar a los docentes de la Formación Profesional para el Empleo (FPE) que sufren habitualmente peores condiciones laborales. Y todo ello con la fortuna de adquirir una vivienda en aquella época ya mítica donde los precios y las hipotecas no eran estratosféricos.
Puede que nos hayamos vuelto más blandengues, de cristal o afinado la piel (perdón por caer en los discursos comunes). Incluso ahora, cuando lo políticamente incorrecto y el lenguaje crudo parecen no estar mal vistos, a pesar de las cancelaciones, códigos éticos e inclusividad reforzada, las protestas formales no son práctica habitual del personal docente y no docente. Andamos anestesiados. Las quejas, corrillos y yoísmos se ven consolidados con esos otros derechos conseguidos independientemente de esa cultura del esfuerzo cacareada para el otro u otra. Tenemos el pan asegurado, las vacaciones, las bajas, los permisos... independientemente de los resultados obtenidos. Y las motivaciones extrínsecas son escasas o inexistentes.
Y el patio se nos complica. Hemos sido solidarios con nosotros mismos a pesar de los abusos; pero, si queremos cumplir con nuestro trabajo (educar) como lo merece el alumnado, es imposible desarrollar con garantías ese listado interminable de tareas y ocupaciones secundarias que crecen cada curso. Si a ello le unes el pluriempleo, los cargos adicionales, los cambios de normativa, los procesos de calidad, etc.: apaga y vámonos. La solución, tal vez muy manida, pasaría por mucho más trabajo en equipo, apoyo a los compañeros y cierta fraternidad; junto a una exigencia solidaria sobre quienes desarrollan las directrices educativas y gestionan los recursos de los que dependemos. Y que se nos pase la anestesia. Slow education o a poc a poc como dicen por mi tierra. Productividad y competitividad son conceptos antipáticos para la razón educativa, pese a que ahora pregonan que la IA resolverá parte de nuestras tareas. ¿No queríamos desmontar las fake news?
Ser docente dejo hace tiempo de ser solo dedicarse a la enseñanza. En FP, además de tratar de educar a una juventud que requiere mucha atención, nos puede tocar bregar con un exceso de tareas variopintas que requieren muchas horas de trabajo adicional. A no ser que deseemos seguir disimulando inmersos en esa cultura del copio y pego que nos autoengaña. Y ahí seguimos tratando de enseñar, y además:
- Tutorizando de forma personalizada
- Prospectando empresas
- Atendiendo a padres y madres
- Gestionando becas e intercambios
- Probando e implementando nuevas metodologías
- Adaptándose a las necesidades especiales del alumnado
- Certificando idiomas, competencias digitales, etc.
- Innovando a través de proyectos e investigación
- Diseñando planes de formación en empresa individualizados
- Alternando en las redes sociales
- Resolviendo la burocracia: actas, programaciones, convenios...
- Facilitando el marketing educativo
- Formando continuamente
- Gestionando aplicaciones y dispositivos
- Elaborando materiales propios
- Etc.
Ya solo falta que nos exijamos tener buen tipo y estar a la moda con una camiseta rotulada tipo: "Persigue tus sueños". Los veteranos seguiremos mirando de reojo a los más jóvenes por protestones o insolentes; mientras los principiantes parecen no entender a unas generaciones anteriores que solían valorar el trabajo como un bien muy preciado donde se cultivaban apegos: la eterna lucha intergeneracional donde cada uno brega por lo que le interesa según su momento vital. Y así, mientras unos ven cerca el retiro (pese al panorama de las pensiones) otros observan la vida dando relativa importancia a su empleo. Sin caer en la cuenta de que todas nuestras prácticas acabarán formando parte de un museo etnológico. Pero al menos habremos facilitado la vida a algunas personas. Tiempos modernos que, pese a la monotonía exigente y manejable que sobrellevamos, podrían mutar en cualquier momento.
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