En la escuela solemos llegar tarde a los problemas que nos plantea la sociedad moderna. Aunque el adjetivo moderno pueda resultar algo vago en el mundillo educativo. En cuanto a las cuestiones tecnológicas, pese a los vertiginosos avances de las últimos lustros, no hay duda de que la escuela, con mayor o menor acierto, se sumado al carro de los dispositivos digitales y el uso de Internet es extenso. Sin embargo, andamos ahora en un momento de cuestionamiento de la introducción de la tecnología digital en las aulas. Paradojas del mundo contemporáneo.
Las contradicciones al respecto del uso de pantallas contemplan una amplia gama de contrastes. Las diferencias no solo vienen avaladas o desautorizadas por estudios científicos sino que también hay factores (sociales, económicos, culturales...) que favorecen esa apuesta por el despantallamiento digital. Aunque siempre debiéramos tener en cuenta que: "La ausencia de evidencia no significa que se haya hecho la prueba de la ausencia de riesgos".¹ Sin duda, también es relevante considerar la edad y la etapa educativa de los estudiantes, y no caer en ese maremágnum que a menudo inunda los titulares en las redes o en los medios de comunicación. Nada tiene que ver un alumno de educación infantil con un estudiante de Formación Profesional. A pesar de que todos, incluidos los adultos, sufrimos las contingencias sobrevenidas por el apabullante mundo digital que todo lo absorbe.
Como educadores, además de docentes, independientemente de nuestras opiniones; mayor o menor permisividad con el uso de las pantallas e Internet; o el distinto nivel de tecnofobia que arrastremos; deberíamos considerar los impactos que la digitalización ocasionan en la enseñanza. No es deseable que, por inercia o por la moda del momento (ahora vende la prohibición), diseñemos nuestras políticas educativas a nivel de centro o en clave legislativa. Evidentemente, una de las prácticas más oportunas y me temo que no demasiado extendidas, vendría de la mano de la medición del alcance de la introducción de la tecnología en la enseñanza: ¿mejora el aprendizaje? ¿resulta motivadora para el estudiante? ¿las herramientas utilizadas son realmente educativas? ¿estamos dejando de lado otras competencias básicas? ²
Sin embargo, y de nuevo paradójicamente, los datos de PISA (2018) confirman que solo alrededor del 10% de los alumnos de 15 años de más de 50 sistemas educativos participantes utilizaron dispositivos digitales una media de más de una hora a la semana en las clases de matemáticas y ciencias. ¿No estaban todo el día los estudiantes empantallados? ¿o será que el empantallamiento ocurre en mayor medida en el hogar? Todavía no es raro encontrar centros educativos (habitualmente públicos) con escasez de dispositivos o deficiencias en su conectividad a Internet. A pesar de que ahora, la inmensa mayoría de hogares, disponen de conexión en sus casas (96,4% según el INE) o la posesión de dispositivos móviles con datos es muy elevada entre los más jóvenes.
Por otro lado, ahora, tras años insistiendo en la necesidad de ser competentes digitalmente, parecemos haber caído del guindo en cuanto a la desinformación que acampa por Internet y, principalmente, en las redes sociales. Al igual que ocurre con las prohibiciones antitabaco, parece no haber más remedio que legislar al respecto, como así pretende el Anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de las personas menores de edad en los entornos digitales donde se reconoce, entre otros asuntos: "el papel fundamental del profesorado en el proceso de adquisición de las competencias digitales por parte del alumnado y en la detección de riesgos, y por ello se dispone que la planificación de la formación continua del profesorado incorpore actividades formativas que faciliten a los docentes estrategias para el tratamiento, entre otros aspectos, de la seguridad y de los elementos relacionados con la ciudadanía digital, la privacidad y la propiedad intelectual, tomando para ello como referencia las áreas y competencias establecidas en el Marco de Referencia de la Competencia Digital Docente y la regulación existente en materia de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, protección de datos personales y
garantía de los derechos digitales." Ya vamos tarde.
Las mentiras, los disparates, los bulos malintencionados, el oportunismo... son ingredientes habituales del menú digital de nuestros dispositivos. No es extraño que abunden teorías conspirativas, creencias sin fundamento, o pensamientos esotéricos donde cualquier dato científico u oficial se cuestiona sin una argumentación racional. Somos carne de influencers que a mayor número de seguidores mayor es su autoridad. Y actualmente, por miedo a no ser acusados de adoctrinamiento, dejamos pasar la oportunidad de educar al respecto en las aulas. Por no mencionar la validez que atribuimos a los contenidos generados por la Inteligencia Artificial donde las fuentes suelen brillar por su ausencia. Luego no nos quejemos de si la juventud o aquellos que están en plena madurez andan con falta de atención, despistados o son crédulos ante cualquier enredo difundido a través de sus pequeñas pero desmesuradas pantallas.
No estaría mal, como docentes, replantearnos la programación del aula e incluir actividades, prácticas, contenidos o esas famosas situaciones de aprendizaje, donde trabajemos las competencias necesarias para ser críticos con ese entorno digital donde habitamos una gran parte de nuestro tiempo.
¹ María Angustias Salmerón-Ruiz, Irene Montiel, Catherine L’Ecuyer,
Llamada a la prudencia en el uso de las pantallas: ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia,
Anales de Pediatría, 2024, ISSN 1695-4033, https://doi.org/10.1016/j.anpedi.2024.03.009.
(https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1695403324000742)
² UNESCO. 2023. Global Education Monitoring Report 2023: Technology in education – A tool on whose terms? https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000385723/PDF/385723eng.pdf.multi
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