Hacerse rico es una vieja y eterna aspiración del ser humano. Probablemente, al igual que sucede con el bestseller de dudosa eficacia "Padre rico, padre pobre", si publicásemos un manual dirigido a jóvenes estudiantes de FP que desean hacerse millonarios, el éxito de ventas sería inmediato. Quizás tampoco sería mala idea editar un libro para docentes de Formación Profesional que buscan fortuna más allá de sus módulos... El maldito dinero. Pero esto no va de criptomonedas ni de influencers que emprenden.
En cualquier caso, pese a la galopante pérdida de poder adquisitivo, podemos estar agradecidos de disfrutar de una profesión rodeada de jóvenes que nunca envejecen y que cada curso tienen algo nuevo que aportarnos a una vida que nos pisa los talones. Aunque luego, a la hora de pagar recibos, olvidamos las ventajas que nos ofrece esta ocupación. Porque, más allá de las envidiadas vacaciones o de la autonomía que disfrutamos a la hora de enseñar, la docencia ofrece satisfacciones personales que se materializan en el éxito de muchos de esos alumnos que pasan por nuestras aulas. Estudiantes que, probablemente, tampoco se forrarán en sus futuros empleos pero tendrán mejores herramientas para afrontar un mercado laboral exigente que no suele regalar oportunidades a los menos preparados. O simplemente descubrirán la valía que acaparan.
Una cualidad de la FP es tener los pies en el suelo. Prometer fortunas o sueños fantásticos no es algo inherente a estos estudios. No hace falta que nos digan que salgamos de la zona de confort si queremos destacar profesionalmente, ni es necesario tampoco perseguir sueños con la cantinela de si quieres tú puedes. Los estudiantes deben ser conscientes del esfuerzo que implica, para los comunes mortales, obtener algún logro y la perseverancia que suponen ciertas metas sin garantía de éxito. A pesar de las ventajas o desventajas que unos u otros acumulan en la casilla de salida. Luego, si hay suerte, puede que te toque la lotería; ya sea en forma de un trabajo estable, bien remunerado y condiciones dignas; o con unos buenos compañeros y ejerciendo una labor que te apasiona o, al menos, te resulta gratificante. ¡Qué importante una buena orientación académica que les descubra ocupaciones profesionales satisfactorias!
Ser rico también significa ejercer una profesión donde te sientes valorado. Es evidente que del salario emocional no se vive y menos aún de esas modas conjugadas en inglés que solo esconden precariedad para sus followers. El engaño de la apariencia es un atractivo potente para jóvenes ansiosos de euros o de los likes que nos regalan para nutrir el ego. No hemos sabido vender la cultura ni la defensa de unos derechos laborales donde importe tanto ser exigente con uno mismo como con las condiciones que otros deben disfrutan. No me extrañan ciertas ansiedades.
Ni esos improbables millones de euros ni los miles de contactos por las redes van a cimentar una vida personal y profesional; una existencia prevista de altibajos que será más llevadera si hemos aprendido a buscar y conservar esos asideros que no se compran ni se venden. Nuestros estudiantes serán más ricos cuando comprendan el valor de las personas que nos acompañan gratuitamente o sepan dedicar su tiempo a actividades relacionadas con la cultura en un sentido humanista. Eso es diferenciación real. Luego no quedará otra que seguir trabajando y agradecer lo recibido por quienes nos acompañan.
Foto de Travis Essinger en Unsplash
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