No sé en otros sectores profesionales, pero los docentes, acostumbrados a un trabajo que se realiza la mayor parte del tiempo entre las cuatro paredes de un aula, a solas y junto a un grupo de estudiantes, no estamos muy por la labor a que pongan en entredicho nuestra docencia. Del aula o jaula, como diría Toni Solano, pasamos a un despacho o al escritorio doméstico donde corregimos exámenes o diseñamos con mayor o menor fruición los materiales didácticos. La docencia, pese a los cambios acelerados que vivimos, sigue siendo una tarea excesivamente solitaria. Salvando excepciones, por supuesto.
Ese aislamiento puede ser una de las causas de lo mal que encajamos la crítica. No importa los años de experiencia docente que atesores o la valía del crítico: sientan mal los comentarios. Pecamos tomándonos de un modo personal cualquier juicio de valor sobre nuestro desempeño. Esa falta de compañía habitual puede favorecer una autonomía mal entendida o un compañerismo donde no caben valoraciones discordantes. No sea que nadie se enfade.
Incluso la estructura horizontal de los centros educativos, donde son los propios compañeros los que ocupan puestos directivos, fomenta esa ausencia de autoridad formal e informal donde todos supuestamente sabemos de cualquier aspecto relacionado con la enseñanza. Salvando, desafortunadamente, las incidencias informáticas que nadie quiere dominar... Ponemos en entredicho cualquier tipo de decisión escolar pero somos pocos dados a admitir enmiendas a nuestra labor personal. Sin embargo, a no ser que gustemos vivir en la inopia, somos conocedores de las muchas veces que metemos la pata o que podríamos haber actuado profesionalmente de un mejor modo.
Lo mismo ocurre en el aula. Cuando comienzas la andadura como docente es habitual tratar de ganarte el respeto siendo severo y echando mano de castigos o sanciones. Hay que mostrarse duro. Con los años, si has envejecido bien, toleras más ciertas actitudes y tratas de ganarte al alumnado con el fin de que presten un interés en vías de extinción. La docencia es un difícil equilibrio donde jugamos a ser flexibles sin caer en la intransigencia. Teóricamente, en aras de esos valores democráticos que debiéramos promover, también estamos obligados a escuchar y tomar en consideración las opiniones del alumnado. O, al menos, debatir con ellos la sinrazón de sus propuestas. Una buena práctica para entender y no olvidar los razonamientos propios de la edad. Sin, por supuesto, perder de vista que también podemos andar equivocados ocasionalmente.
La soberbia profesional es uno de los peores defectos que podemos arrastrar como docentes. Los mejores compañeros son aquellos que proponen y se muestran abiertos a iniciativas motivadas, a la vez que admiten sugerencias y no pontifican alegremente o sin conocimiento. Controlar el ego, en una profesión con escasas superstars, no debiera ser una misión complicada. Tal vez, uno de los males de la profesión viene cuando solo escuchamos a quienes nos interesan, a las personas más allegadas, a los que nos secundan incondicionalmente. Nos quedamos encajados en la crítica o en el desahogo. Pero, de tanto en tanto, aparecen esas otras personas que no hay que dejar escapar, que saben mucho más que nosotros, que actúan sin sobresaltos, que escuchan y leen no solo entre líneas. Compañeros que pueden servirnos de referencia para comenzar una autocrítica que nos cuesta encajar tanto o igual como las críticas ajenas.
Criticar nos suena en negativo, a reproche. Necesitamos una crítica que suponga un análisis y valoración fundamentada del trabajo diario que desempeñamos. Debemos aceptarlas sin rencores ni antipatías hacia aquellos que nos critican; siempre que sea con ánimo de mejorar la escuela que tenemos y ofrecer la mejor formación posible a nuestro alumnado. Sin ocurrencias ni bandos, sin otros intereses impropios. La clave está en criticar con buena fe y aceptar las criticas profesionalmente.
Muy acertado el punto de vista.
ResponderEliminarHay mucho docente subido en su ego incapaz de mirar el resultado de su trabajo para mejorar.
Leyendo tu entrada, Óscar, he pensado en la metáfora de la caja de huevos (creo que es de Lortie) sobre la institución docente: huevos/profesores en la misma caja pero sin contacto entre sí.
ResponderEliminarMagnífica metáfora, Iñaki. Me la apunto, porque describe muy bien una situación donde todos corremos el riesgo de ser cascados...y juntos seguro que haríamos una buena tortilla. :))
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