Como docente, la lista de deseos y propósitos para un nuevo año puede acortarse a ese socorrido y sensato "que tengamos salud" o alargarse kilométricamente como esas listas infantiles donde todo cabe. Haré un ejercicio de síntesis. Voy a intentar apuntar hacia lo que realmente (me) importa. ¿Qué puede ser más relevante para sobrellevar o renovarme en esta exigente profesión?
Podemos quedarnos en intenciones no cumplidas, pedir posibles inasequibles para los administradores de turno, o seguir deambulando como buenamente tratamos de hacer cada inicio de año (en nuestro caso comenzó el pasado mes de septiembre). Podemos instalarnos en uno de esos polos que ahora se estilan y mirar de reojo a los que piensan distinto. Podemos continuar con ese cronómetro vital con la cuenta atrás activada pensando en que todo se solventará en el minuto cero del retiro profesional. O podemos dar la batalla pensando en los demás, dedicando tiempo a las cosas que disfrutamos y descartando frivolidades; o buscando el sentido de un tiempo que intercambiamos por un salario complementario a otros pluses invisibles y significativos.
La realidad luego es ardua y compleja. Creemos saber lo que necesitamos o pedimos influenciados por el marketing educativo. Igual queremos un centro sin pantallas que flipamos con un chat donde un bot nos da la razón o se disculpa amablemente. Seguimos con la inocencia del crío que no busca la utilidad a la que aspira el adulto sino deslumbrarse y entretenerse con un nuevo capricho donde el envoltorio importa demasiado. Podría hacer una larga lista con cacharrería digital (esa que suele venir con poca instrucción pedagógica) e incluir igualmente estrategias docentes que faciliten el aprendizaje. No debiera hacer falta optar por un presente de uno u otro tipo. Buscar que aprendan más es siempre un buen regalo; y sabemos que hay métodos y caminos diferentes que nos llevan a a ese mismo anhelo.
Al final se me está haciendo larga la lista. Deseos inmateriales dejados al azar de lo que Sus Majestades decidan, recursos tecnológicos que no solo entretengan y una formación con sentido para enseñar mejor. El carbón endulzado con desmotivación no debiera caber en este inventario educativo, pero la realidad se tropieza luego con problemas reales, percepciones personales, comparativas desafortunadas, reflexiones desagradecidas o el abatimiento propio de los exigentes consigo mismos. Tal vez, la receta está la compañía. Compañeros que acompañan verdaderamente; que nos dan motivos en cada altibajo, que nos facilitan no solo recursos sino también aspiraciones en una escuela oficinesca.
De momento, podemos comenzar el año poniendo buena cara a esas chicas y chicos que no anhelan volver al aula e incluso desconocen que nos necesitan. El afecto, la conversación, una preocupación sincera o la complicidad desde el respeto mutuo, hace que tengamos una mejor escuela. Un regalo asequible, sin duda.
0 COMENTARIOS:
Publicar un comentario
Disculpa las molestias si se demora la publicación de tu comentario. Se revisan para evitar el spam habitual. Muchas gracias.