Hace unos días me topé con un certero artículo de Pablo Felip al respecto de la evaluación competencial, las calificaciones, las rúbricas y todo ese maravilloso mundo por el que transitamos los docentes para, supuestamente, evidenciar y favorecer el aprendizaje de nuestro alumnado. Pablo, al igual que otros muchos docentes, creíamos que con los años de experiencia nos iríamos acercando a esa Ítaca donde compartiríamos saberes y competencias a una concurrencia entregada. Llegamos a fantasear que, estos veinte años de aula, nos darían el bagaje suficiente para fondear y ser recibidos con expectación por los jóvenes habitantes del aula. No contamos con las inclemencias legislativas y laborales, los rigores de la nueva FP y ese guirigay de herramientas que nos debían encauzar a unas calificaciones y un título superado. No nos paramos a pensar en que todos esos puertos nos tenían destinado un aprendizaje inagotable. Y que nada es concluyente.
De este modo, gracias a todos los sitios transitados, comenzamos a vislumbrar el destino final al que arribaremos a la fuerza con el retiro obligado de una pensión contributiva. No nos queda otra, como reza el poema de Cavafis, que disfrutar ahora de este viaje plagado de competencias, contenidos, resultados de aprendizaje y criterios de evaluación. Sin obsesionarse con este pasaje incómodo. Son muchos los cursos donde nos hemos peleado con exámenes de todo tipo, enredadas hojas de cálculo o rúbricas indiscriminadas. La confusión evaluadora, donde la nota final era un arte combinado de ojímetro y pruebas objetivas, nos ha ido llevando a un concepto de evaluación formativa que pretende centrarse más en el trayecto que en el paradero final. Comenzamos a entender que es necesario evaluar a lo largo de todo el curso a través de distintas artes: el feedback, las listas de comprobación (checklists), la práctica intercalada y espaciada, la posibilidad de reentregas, etc. Instrumentos que nos pueden llevar a atrapar esa evaluación auténtica pretendida. De igual modo, tampoco es preciso obsesionarse con abarcar los temarios quilométricos y desfasados que van en detrimento de la autonomía e interés del alumno por el aprendizaje. Un equipaje justo, sin demasiadas complicaciones, también nos facilita recursos para otros menesteres: elaboración de materiales, diseño de proyectos o la personalización esperada de la enseñanza. No nos compliquemos la vida. Soltemos lastre.
Personalmente, este viaje ha ido cambiando mi modo de ver la evaluación, pasando de ser un instrumento amenazador para convertirse en una ocasión donde el estudiante es consciente de lo que está aprendiendo, es capaz de conservar los conocimientos y las competencias adquiridas, y percibe el curso como un continuo perfeccionamiento. Sin embargo, la odisea es más llevadera si contamos con todo el equipo docente como tripulación para este periplo evaluador con un mismo objetivo final: enseñar. ¡Nos vemos durante el camino!
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca,
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras,
lleno de experiencias.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de
verano en que llegues -¡con qué placer y
alegría!- a puertos nunca vistos antes.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino. Más no
apresures nunca el viaje.
[…]
y atracar, […], en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el
camino sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el
camino. Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha
engañado. Así, sabio como te has vuelto,
con tanta experiencia,entenderás ya qué
significan las Ítacas.
Constantino Cavafis, 1911.
Antología poética. Alianza Editorial, Madrid 1999. Edición y traducción, Pedro Bádenas de la Peña.
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