El pantalón de campana ha vuelto y, como no, también lo tenían que hacer los tecnófobos educativos. Ante la desidia o claudicación paterna y materna sobre el uso personal de los dispositivos digitales, es la escuela la que vuelve a ser acusada como responsable de ese mal empleo de nuestros distractores favoritos. Y parte de culpa seguro que tenemos.
Es fantástico educar en el asombro y, sobre todo, tratar de salir de esas rígidas aula en las que aún acostumbramos a trajinar con el aprendizaje fingiendo emociones. Sin embargo, no debiera andar reñido ese continente digital, donde habitan demasiado tiempo (no solo) nuestros jóvenes, con esa atmósfera escolar donde caben sus intereses y esos conocimientos valiosos que aspiramos a transmitir. Pero nos gustan los bandos. O página 137, ejercicios del 1 al 14, o investiga en internet y apáñate con el classroom. Queremos ser docentes actuales pero a su vez no pasarnos de la raya como un teachtoker insensato; que lo de antes siempre fue mejor, o eso dicen algunos. Y así andamos haciendo equilibrios sin conocer del todo el pantanoso terreno de la enseñanza actual.
Ya no hay aulas del siglo XIX, pero tampoco aulas del futuro (excepto esos centros de muestra para alimentar rencores). Seguimos necesitando asientos y escritorios, pero lo que más importa son las ideas, el sentir y saberes del profesor de turno. Y la tecnología puede molestar. Tal vez porque nunca acabamos de controlarla del todo; o quizás porque somos forasteros digitales en un planeta donde los indígenas hablan una lengua distinta como mero pasatiempo. Migrantes y nativos que no sacan provecho de una tecnología que nos une si hacemos buen uso de ella. En FP, por ejemplo, la tecnología para enseñar y aprender, es ineludible para garantizar la adquisición de competencias relevantes. No importa el oficio, un analfabeto digital lo tiene complicado.
Los tecnófilos digitales caímos en las redes de la utopía educativa donde creíamos que la curiosidad abundaría por fin en las aulas. Ayudamos a introducir dispositivos sin ton ni son en todas las etapas educativas. No pensamos lo suficiente en el cómo ni para qué. No medimos la repercusión en el aprendizaje. Nos dejamos llevar por modas, multinacionales y esa ilusión por cambiar lo que sufrimos como estudiantes. Los pedagogos o la investigación educativa tampoco ayudaban mucho al respecto. Demasiados mantras y recetas simples que apreciaban las herramientas digitales para fuegos de artificio o como catálogo comercial destinado a familias deseosas de innovación para sus retoños. Nos hemos sabido alcanzar todavía la utopedia de Antonio Rodríguez de las Heras.
¿Y cómo se cura este desasosiego digital? Hay quienes desean optar por un dieta draconiana a base de solo lápiz y libro de texto. Todos queremos ser ahora los hijos de los gurús de Silicon Valley, aunque vivamos en un piso de Tomelloso. Parece no importar la edad ni la condición social. Carecemos de prospecto y nos servimos de titulares de prensa para recetar más o menos tecnología. Con la Inteligencia Artificial acabará pasando lo mismo si no nos planteamos previamente sus límites, control, buen uso y principios educativos que buscamos respetar. Lo de siempre: faltan mentes preclaras en las altas esferas educativas. Demasiado ruido. Y mira que hay buenas nueces...
Sin embargo, pese a los maledicientes de lo digital, la tecnología posee su espacio en la escuela. Al igual que lo tienen las demasiado escasas salidas del centro educativo para acercarse a esa otra realidad menos frecuentada: naturaleza, bibliotecas, museos, teatro, arte... Lo digital es la excusa perfecta para reflexionar sobre su uso, y no un soporte para simular una educación novedosa. La tecnología nos permite asombrar al alumno cuando descubre que no todo son tiktoks, haters, fakes o vídeos satisfactorios. Los dispositivos nos ayudan a idear y crear gracias a un software cada vez más amable con el usuario. Ya no es necesario ser un técnico informático para aventurarte con aplicaciones que te hacen de tu aula un lugar conectado con el mundo o un espacio de conversación con horario a tu medida.
Pero, para todo ello, seguirá haciendo falta mucha pedagogía, mucho diálogo con alumnos y compañeros, y mucho bajarse del burro para no eternizar las fobias y adoraciones del pasado. Necesitaremos desandar algunos senderos digitales y volver a otros espacios más favorables con el aprendizaje. Pero, sin duda, no podemos perder la ocasión de viajar de la mano de ese navegador conectado a experiencias motivadoras que nos transportan a lugares donde otros soportes no llegan.
Esto es una opinión más, pero los factos debieran tener más peso:
Hay quienes están declarando en los medios que “no hay evidencias de que la tecnología pueda ser útil en educación”, y que por eso hay que desterrarla de las aulas. Eso sencillamente no es cierto, pues existen cientos de artículos de investigación que lo ponen de manifiesto.⬇️
— Héctor Ruiz Martín (@hruizmartin) September 27, 2023
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