El anonimato en las redes es una lacra sin remedio alguno. Parapetarse bajo un seudónimo suele ir de la mano de improperios y ofensas personales. La ruindad humana se distingue fácilmente en esos perfiles que, desde cualquier red social o web, dejan sus comentarios, no para rebatir opiniones o hechos, sino para que su ego siga medrando dando lecciones al resto de torpes mortales. Otra cosa es quien los crea para mantener a salvo sus datos personales o quienes leen o escuchan pero no importunan como meta.
Pecamos de buena educación cuando contestamos a estos anónimos profesionales camuflados entre bits. Sin embargo, no se nos ocurriría entrar en discusión en la calle con una persona desconocida que a su vez anduviera enmascarada. Y seguimos picando el anzuelo. El aburrimiento profesional de algunos provoca ese desasoiego o desfici que pagamos con una barra libre de impertinencias durante la sobremesa de un reality.
Me sigue asombrando la capacidad de los lenguaraces, más aún cuando se dedican a la enseñanza, a la hora de verter toda clase de improperios a propios y extraños delirando como bots desencajados. Me inquieta también cuando no se hace desde el anonimato; ofreciendo un perfil sarcástico poco edificante para sus educandos (pese a que afortunadamente no suelen figurar entre nuestros seguidores) donde tener la razón parece que tenga premio: ¿inconsciencia o confusión? Una buena forma de perjudicar(se) por cuenta propia.
El ingenio, la moderación o la transigencia son también valores humanos que podemos lanzarnos a la cabeza, sin necesidad de quedar por encima, mordiéndonos la lengua cuando haga falta y de cara pero con educación. Eso también es conocimiento, en todas sus acepciones. Las redes son un pozo difícil de descontaminar donde no hay más cloro que ignorar a los microbios desconocidos que se crecen tras un teclado. Las aguas negras contaminan la mayor parte de esos millones de publicaciones donde la mayoría buscamos aprecio pero muchos a cualquier coste. Enseñar a desdeñar la toxicidad de las redes, los perjuicios en la propia identidad digital, la sinrazón de opinar sin pensar en los daños provocados o el valor de la prudencia, debieran ser parte primordial de esas populares competencias digitales.
La vida es demasiado corta para perder el tiempo en anónimos estériles que buscan desahogo; cuando podemos conversar sin necesidad de atropellar a nadie pese a nuestra disconformidad; mientras es posible dar lecciones enmudecidos sin perder de vista que estamos aquí, también en las redes, para imaginar algo mejor. Ya sea X, Y o Z.
0 COMENTARIOS:
Publicar un comentario
Disculpa las molestias si se demora la publicación de tu comentario. Se revisan para evitar el spam habitual. Muchas gracias.