El próximo curso escolar se antoja movidito en cuanto a la introducción de la Inteligencia Artificial en las aulas. Tanto a nivel de la Formación Profesional como en otras etapas educativas ya hemos comenzado a sufrir los avatares de la IA en forma de plagios más o menos difíciles de probar. Y esto irá a más, sin duda. El desarrollo del aprendizaje automático (machine learning) y profundo (deep learning) nos lleva a replantearnos todas las actividades de enseñanza-aprendizaje que programamos tanto para el aula como para fuera de ella. Los deberes, trabajos, tareas académicas, lecturas, prácticas, etc. tendrán que ser planteados y evaluados de un modo distinto. Quizás esa sea la buena noticia: es ineludible la transformación de nuestra enseñanza para no caer en un simulacro del aprendizaje.
Si hemos aprendido la lección, en cuanto a la introducción de las nuevas tecnologías en el aula, no podemos emprender una nueva y frenética carrera en el uso de herramientas o extensiones de las distintas aplicaciones de IA que nos ofrece un vasto mercado digital. Estaríamos de nuevo comenzando a construir la escuela del futuro desde el tejado. Quizás es oportuno plantearse primero: ¿qué valores y aprendizajes están en juego con la introducción de la IA en la enseñanza? Buscar el atajo fácil para crear materiales, superar cursos o editar contenidos digitales, no son el mejor ejemplo para los alumnos; además del flaco favor que les hacemos alimentando su mediocridad. Debemos convertirnos en modelos de uso de la IA para el alumnado.
Con la IA en poder de los alumnos (y de los docentes) la lectura y la escritura se pueden ver seriamente comprometidas en un entorno que no ayuda a atender y que fomenta la superficialidad. El copio y pego se ha sofisticado y cualquiera puede parecer un aprendiz aventajado o un profesional del sector. El Chat GPT y sus secuaces todo lo pueden... Y con las ciencias exactas parece que tendremos desafíos similares. Resolver ecuaciones complejas, resumir libros, escribir artículos, crear presentaciones, editar vídeos e imágenes, están a unos pocos clics para cualquiera con unos mínimos conocimientos técnicos. Otra cosa es el aprendizaje y la ejemplaridad de los resultados o productos obtenidos.
Ya han pasado décadas desde que descubrimos el Power Point y seguimos sufriendo presentaciones antiestéticas o poco didácticas; o publicamos vídeos y fotos caseras en YouTube o Instagram creyéndonos técnicos de imagen y sonido; o editamos carteles y folletos con Canva presumiendo de bueno gusto en el diseño; y ahora, con el Chat GPT, algunos pasarán a ser traductores y escritores consagrados, además de psicólogos, tecnólogos, dietistas o fallidos profesionales del derecho. Sin duda alguna, la IA nos facilita la consecución de un sinfín de tareas rutinarias o maquilla nuestras carencias en ciertos ámbitos, pero, todavía no es capaz de regalarnos el buen gusto, tener arte para presentar, distinguir un buen texto o, simplemente, entenderse con otros y empatizar. Hay muchas cuestiones que no resuelve la IA en la educación.
Además de la reflexión inicial sobre qué podemos perder a nivel educativo con la introducción de la IA, es necesario analizar y probar (sin urgencias ni generalizaciones) las distintas opciones que nos facilitan las herramientas de Inteligencia Artificial para los docentes. Muy interesante el documento de la Comisión Europea sobre Directrices éticas sobre el uso de la inteligencia artificial (IA) y los datos en la educación y formación para los educadores. En las orientaciones ofrecidas se apuntan, aunque con poca precisión, las posibilidades de la IA para personalizar el aprendizaje, ayudar a la autorregulación del estudiante, dar respuesta a necesidades especiales, calificar redacciones, gestionar recursos, etc. Asimismo, dentro del Marco Europeo de Competencias Digitales para Educadores (DigCompEdu) la IA aporta nuevas competencias e indicadores a tener en cuenta como docentes: evaluar su pertinencia, tratamiento de datos personales, acreditar el trabajo propio manipulado con IA, conocer el impacto en la docencia y riesgos emocionales, considerar los sesgos en la evaluación, su aplicación individualizada o ayudar a los estudiantes a utilizar éticamente la IA.
A nivel de Formación Profesional, tenemos una oportunidad para ganar tiempo y dedicarlo de un modo personal cada uno de nuestros alumnos. Debemos reflexionar sobre qué tareas pueden ser desarrolladas con sistemas de IA, como pueden ser la autoevaluación (corrección de textos propios, generación de pruebas, resolución de dudas, feedback en los portafolios digitales, diálogos con técnicos mediante chatbots, etc.) o la creatividad del estudiante (plantear nuevos nuevas situaciones de aprendizaje por parte del profesorado, aportar soluciones originales a retos o proyectos planteados, etc.). También tenemos la ocasión de comprobar en clase los errores o limitaciones en su uso, al igual que debemos ofrecerles una guía para un uso adecuado académica y profesionalmente (consideraciones éticas y legales).
En FP, desde cada familia profesional, estamos todavía en los inicios de una tecnología que significará un cambio sustancial en muchas profesiones actuales. Investigar, compartir y acordar buenos usos educativos desde los distintos módulos de cada ciclo formativo, va a ser imprescindible en los cursos venideros. Es nuestra obligación dotar a los estudiantes de herramientas útiles relacionadas con la IA para su próximo futuro laboral y para ello . Analizar cada una de las competencias que estamos trabajando y la implicación del uso de la IA en las mismas es necesario para no perder un tren que viene acelerado. No obstante, sigamos apuntalando esa FP artesana que se diferencia por su trato personal e inclusión de todo el alumnado.
Foto de Cash Macanaya en Unsplash
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