La efectos secundarios de la postpandemia o la creciente atracción por la vida hogareña pueden ser alguna de las causas del inmovilismo que atenaza a muchos jóvenes. El confort digital que conlleva que prácticamente todos los hogares con hijos tengan acceso a Internet puede ser otro motivo para atrincherarse en un dormitorio que necesita no mucho más que un ordenador personal. Empezamos a correr el riesgo de importar una especie de hikikomori donde jóvenes y no tan jóvenes opten por una vida envasada al vacío.
Como docentes, y como escuela, tenemos mucho que decir al respecto. Animarles a perder el miedo a lo ignorado o a vencer la falsa comodidad de su cuarto o entorno inmediato puede no entrar dentro del currículo pero es seguro una buena enseñanza. Los tiempos en los que solo queríamos huir de casa han pasado a mejor vida. La conectividad disponible 24/7 no invita a salir ni obliga a desconectarse de una familia que solía ser vista como desfasada. Ya hemos normalizado que cada uno de los habitantes de una casa disponga de varios dispositivos de uso privativo en su dormitorio. Las casas se parcelan alrededor de puntos de conexión. ¿Para qué salir del cuarto si nadie me incordia ni agobia?
Como enseñantes o profesores tutores tenemos cierta obligación moral para que aprendan a abrir los ojos. El arte, la música, la literatura o el cine son buenas aliadas para encontrar una ocasión donde hablar de otras culturas, otros países, gente aventurera, nuevos paisajes, etc. Son muchas las novelas que podemos recomendar para que sientan esa curiosidad necesaria para lanzarse a conocer otras realidades. Por no mencionar películas fascinantes o incluso cuentas en las redes sociales o canales en YouTube que incitan a explorar otras geografías: chavales como YoSoyPlex o las clásicas guías de Lonely Planet y las expediciones de National Geographic. Afortunadamente, siempre les queda la opción de solicitar una plaza con un programa Erasmus+ o un voluntariado europeo para abrir la mente con nuevos proyectos fuera del domicilio habitual. Aunque no hace falta comenzar como un Shackleton...
La sensación de peligro permanente, en una sociedad no más insegura que hace décadas, también hace mella en unas familias que sobreprotegen con todos los medios a su alcance; de nuevo la hiperconexión nos limita los movimientos con geolocalizadores y aplicaciones para comunicar cualquier contratiempo insignificante. Un whatsapp sin responder puede ser un drama hoy en día. La tecnología nos ha facilitado infinidad de trámites que antes eran tediosos, así como nos permite organizar cualquier ruta dejando todo bien atado de antemano; la comodidad nos impide aventurarnos y la incertidumbre no se tolera como antaño. Cuestión aparte son las dificultades económicas propias de la edad que se solían suplir con menores miramientos hacia las incomodidades de salir de casa con un presupuesto ajustado.
Además, nuestra capacidad de asombro se ha ido reduciendo. ¡Qué importante es conocer las odiseas que han sufrido otros jóvenes viajeros o personajes históricos y contemporáneos! A la vuelta de cada andadura nos damos cuenta de que casi todo permanece como lo dejamos. Nos perdemos mucha vida anhelando continuidad.
El confort que nos ofrece lo conocido es una traba habitual para no plantearse los enredos que ocasionan viajes y nuevas aventuras personales. Es necesario darles un empujón, si las circunstancias lo permiten, para emprender esas andanzas de las que seguro no se arrepentirán. La juventud y el atrevimiento deben seguir yendo de la mano. Todo no pueden ser peripecias virtuales o en realidad aumentada y bajo techo. Las experiencias vitales que reciben estudiando o trabajando en el extranjero son tan valiosas como cualquier acción formativa. Sigamos animándoles a conectar con lecturas, aventureros, migrantes y planes que les aporten mundología.
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