La FP se vende sola hoy en día. Los esfuerzos de la administraciones para fomentar esta etapa siguen dando sus frutos con un aumento de matrículas mientras disminuyen las de otras enseñanzas postobligatorias (bachillerato y grados universitarios). El carácter práctico de los estudios, así como la alta empleabilidad que aportan muchos ciclos formativos, son factores clave de este éxito; sin obviar la amenidad de unas titulaciones que, al contrario de en otras etapas, no logran conectar con los estudiantes o no son seducidos para seguir aprendiendo.
A menor edad se supone menor madurez personal. Esa inmadurez también ayuda a que aquellos que no desean estudiar tras finalizar la educación obligatoria no vean otra salida más que hacer una FP si no quieren quedarse fuera de un mercado laboral exigente y todavía más precario para los menos preparados. Otra de las razones del éxito de la FP. Aún así, las administraciones públicas deberán seguir esforzándose para promover esta etapa entre los más jóvenes desencantados o sin apoyo; pero sin olvidar que el profesorado necesita nuevos recursos para conectar con su alumnado y afrontar las actualizaciones técnicas, así como reordenar una organización escolar mastodóntica a la medida del desafío que supone esta demanda creciente. No es suficiente con abrir nuevas titulaciones; poner parches con la sustitución y renovación de un profesorado cada vez más escaso, fugaz e inadecuado a su puesto; o aprobar una nueva ley con mayores exigencias para los centros educativos pero con una financiación desigual e injusta. Por no mencionar una FP Dual que avanza a distintos ritmos según el planteamiento de cada comunidad autónoma.
Aún así, todo ese éxito de la FP puede acabar anestesiado con la autocomplacencia que se respira. No podemos pensar que somos la única solución a un fracaso escolar demasiado elevado; que la formación que ofrecemos es suficiente para un mercado laboral voluble y desigual; o que las competencias técnicas facilitadas son suficientes para personas que tienen toda la vida por delante. Tenemos además un grave problema cuando titulamos a muchos estudiantes que luego no quieren trabajar en su sector profesional: ¿a qué se debe ese desapego hacia ciertas ocupaciones? Habría que investigar mucho más al respecto y ofrecer soluciones no solo por el lado del sector educativo sino también por parte de las empresas. Algo falla cuando tenemos casi un 30% de paro juvenil y a la vez tenemos empresas que no encuentran empleados en determinados puestos. Por no hablar de los puestos de trabajo que ya comienzan a amortizarse con la irrupción de una Inteligencia Artificial que puede hacernos replantear el sentido de algunas titulaciones o la necesidad de impulsar otras que no son necesariamente dependientes de su uso (empleos y técnicos manuales, cuidadores, creativos o artesanos).
Una formación superior presupone una mayor preparación para el mundo del trabajo. Cada vez necesitamos mayores esfuerzos para ofrecer esta formación actualizada a las demandas del mercado laboral; ya no solo debiera bastar con el manual de turno y un examen multirespuesta. Ahora tenemos el reto, no solo de estar atentos para incorporar los cambios digitales y tecnológicos del sector, sino también de formar jóvenes con criterio, autoexigentes, conocedores de sus derechos e inclinados hacia el conocimiento y la cultura. No sirve una FP expedidora de títulos que no se ponen en práctica o que forma ciudadanos sin luego unas oportunidades justas y apropiadas. En nuestra mano está abrir los ojos y capacitar a los jóvenes ante las dificultades y complejidad del empleo; pero los planes educativos, la normativa laboral y la colaboración con las empresas deben facilitar unas condiciones que inviten, a nuestros estudiantes de FP, a permanecer en los puestos de trabajo a los que van encaminados.
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