ES LA LECTURA, ESTÚPIDO

martes, 16 de mayo de 2023

 

ES LA LECTURA, ESTÚPIDO

El asesor de Bill Clinton, James Carville, logró triunfar en su camino hacia la Casa Blanca con el famoso eslogan: "¡La economía, estúpido!". Puede que nos falte uno de esos asesores para que, el Ministerio de Educación y FP o cada una de las respectivas consejerías, establezcan como una prioridad la lectura en las aulas. Puede que necesitemos de un Pepito Grillo hispánico que aconseje al respecto a los responsables educativos de modo que estos estimulen el hábito de leer en todas y cada una de las etapas de nuestro sistema.

 

Porque, definitivamente, pese a no estar de moda la lectura ni ser un gancho de marketing para los estudiantes y sus familias: es la lectura, estúpidos. No toda la educación debe pasar por las tendencias que marca el mercado de las empresas tecnológicas. Lo de GAFAM se está pasando de castaño oscuro con la aquiescencia de (casi)todos y con escasas alternativas para frenar este oligopolio. Si a esto le unimos ciertas aplicaciones de redes sociales que controlan gobiernos extranjeros con escaso o nulo nivel democrático, los deepfakes que acelerarán los engaños masivos, o el empantallamiento digital al que nos sometemos adultos, jóvenes y niños, tenemos el cacao servido.


El último Estudio Internacional para el Progreso de la Comprensión Lectora (PIRLS, Progress in International Reading Literacy Study en inglés), recién publicado, puede ser interpretado desde una óptica optimista (como suelen hacer nuestros gobernantes) o puede ser leído desde la frustración que supone seguir como país en el furgón de cola (pese a nuestros puntos fuertes en algunos aspectos) en la comprensión lectora. Pero podemos consolarnos con que alemanes, holandeses o neozelandeses están a un nivel semejante. Y eso que estamos hablando de un estudio realizado sobre alumnado de 4º de Educación Primaria; niños y niñas que tienen una edad donde todavía se mantiene alto el gusto por la lectura y en un momento vital donde los móviles u otros dispositivos digitales no forman parte de sus vidas, a pesar de los esfuerzos de introducirlos en las aulas sin medir su impacto en el aprendizaje. 

 

No somos solo víctimas de la política educativa; somos también cómplices de un sistema que premia la grandilocuencia de proyectos (siempre en formato vídeo, por supuesto) y la utilización de cualquier novedad tecnológica poco contrastada. Aulas del futuro, nuevas metodologías, la digitalización, el multilingüismo... todo tiene su cabida y sus adeptos más o menos informados o con mayor o menor fundamento. Pero, salvando excepciones gracias a claustros convencidos o docentes entusiastas, los libros y el fomento a la lectura no son una prioridad en los centros educativos. La inversión en bibliotecas escolares, el gasto en novedades dirigidas a niños y jóvenes, o el personal dedicado a estos menesteres librescos, son incomparablemente menore que los dedicados a otras partidas escolares. Con una pequeña parte de la inversión pública en el famoso Plan Digital de Centro, podríamos hacer maravillas... Lo realmente renovador es montar un plan de fomento a la lectura que trascienda y se mantenga a lo largo de los años. 


En la ESO, en el Bachillerato, en la Formación Profesional, o incluso en la Universidad, se hace cada vez más cuesta arriba el estímulo por la lectura. Los enemigos de la misma crecen. Son pocos (o más bien pocas) los estudiantes que mantienen un hábito lector; pese a la buena salud de la literatura infantil y juvenil. Son minoría los padres o madres que tienen la lectura como una afición compartida que valoran igual que las actividades deportivas o los idiomas. Por eso mismo, la escuela debe ser un espacio donde se respiren libros impresos en papel; donde se recomienden lecturas; donde se fomenten las préstamos gratuitos de libros electrónicos; donde la biblioteca escolar trascienda al resto de espacios y sea omnipresente desde la escolarización infantil. 

 

En tiempos de estulticia artificial toca alimentar la inteligencia natural de esos futuros ciudadanos que decimos querer que sean críticos y juiciosos.


Foto de Johnny McClung en Unsplash

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