Esto no es clickbait. Porque realmente los docentes no leemos o leemos muy poco. Que no se enfade nadie. Y no hablo de novelas de ficción, cómics o revistas. Raros son los profesores que tienen como hábito lecturas sobre educación. Ya ni siquiera pueden llamarse lecturas pedagógicas; no sea que acabes enfrentado con algún compañero alérgico a esa disciplina. El tiempo, las leyes y ese futuro líquido que nos derraman en el rostro no ayudan a la ocupación lectora y de reflexión profesional que debiera acompañarnos a lo largo de nuestra carrera.
¿Cuántos libros recomendamos o nos recomiendan otros colegas? ¿Cuántas lecturas de reflexión educativa aparecen en nuestros buzones de correo? La normativa, los cara a la galería, las quejas sobre los alumnos, las prisas recurrentes... son las noticias de nuestro particular día de la marmota. Eso sí, que si los alumnos ya no leen, ni piensan, ni razonan. Como si los adultos no tuviéramos nada que ver al respecto. Como si todo fuera culpa de unos padres y madres enfrascados en pagar facturas o lidiar con unos hijos que no saben lo que quieren ni a lo que pueden llegar. ¡Viva la competición! Como si nosotros, los docentes, fuéramos perfectos y tuviéramos una venda en los ojos que nos impide ver a uno de nuestros hijos o hermanos en ese chaval problemático o ensimismado en el aula. Cuidado que me molestan. ¿Y yo no estoy para eso?
Y vendrá el aula del futuro, el pupitre del siglo XXII y la última tecnología para distraernos de lo que realmente importa. Y todo sin reflexión ni lecturas. Mucho TikTok, likes y cientos de tareas en ese Teams o Classroom que aletarga a propios y extraños. A docentes y a estudiantes. Trabajo cumplido y en septiembre más, pero no mejor. Y los másteres y la formación del profesorado parecen seguir el mismo atajo. Todo es innovación manida. ¿Dónde quedan las lecturas de referentes educativos? ¿Dónde andan los debates y la crítica a intelectuales, filósofos, sociólogos, maestros o pedagogos de distintas cuerdas? Con suerte, la humanidad y sensibilidad de algunos acaba completando ese vacío de pensamiento o falta de profesionalidad. O, como mucho, en algunas redes sociales te tropiezas con alguna rara avis que comparte escritos sustanciosos (y no comerciales) sobre nuestro rico mundo educativo.
Podemos echar la culpa de todo a la ley educativa del momento; a la falta de presupuesto; al compañero; a la dirección o al articulista del momento. E incluso a nosotros mismos (poco habitual). Pero leer ayuda a cambiar la mirada. Leer ayuda a no solo mirar de reojo el calendario en búsqueda de festivos o vivir cada día esperando salir de clase. Y en eso nos parecemos a los alumnos. Coincidimos en el drama de una obra que se representa en un aulario donde, en lugar de sentirnos protagonistas, parecemos figurantes que cobran por horas. Y así se nos pasa la vida; contando días cotizados y lecciones superadas; esperando una mejora que nunca llega a pesar de esos jóvenes que cada curso tenemos la oportunidad de acompañar.
Cuidad a esos chalados que quieren leer en los claustros. Defended los espacios de lectura y reflexión que ayudan a renovar las miradas. Perdamos más el tiempo leyendo, pensando y compartiendo textos. Recomendemos ensayos, experiencias educativas e incluso novelas, cine o podcasts que nos ayuden a frenar esa abulia a la que tendemos. Filtremos y critiquemos las modas educativas con el poso del conocimiento clásico y actual. Busquemos tiempos para escribir de lo que leemos. Seamos raros aunque no vendamos. Pero leamos y, sobre todo, compartamos lecturas. La vida docente no es el BOE.
0 COMENTARIOS:
Publicar un comentario
Disculpa las molestias si se demora la publicación de tu comentario. Se revisan para evitar el spam habitual. Muchas gracias.