Lo del palo y la zanahoria es una práctica que debe tener un origen prehistórico. A nivel educativo probablemente no habrá docente que en algún momento no haya ejercido tan socorrida estrategia. El problema con esto del conductismo, normalmente utilizado con poca ciencia, es hacer de su práctica una herramienta habitual para con los alumnos. La ahora denostada (por algunos) pedagogía, o su hermana la psicopedagogía, hace tiempo que nos muestran distintas opciones más allá de los premios, los castigos, los positivos, los negativos, los ceros o los dieces... como norma general a cualquier edad y en cualquier etapa educativa.
Es fácil hablar de ello cuando delante de nosotros tenemos estudiantes inapetentes de conocimiento o que muestran desgana y desatención sea cual sea la temática de la clase. Quitar puntos, bajar la nota final y registrar mil y una anotaciones de cada momento disruptivo suele servir para poco más que lavar nuestra conciencia ante un problema que parece irresoluble. Sin embargo, atajar estas eternas y crecientes dificultades que encontramos con los alumnos, debiera decidirse justificadamente desde el conocimiento de cómo funciona el aprendizaje y cómo debiéramos evaluar para enseñar mejor. Y, hasta la fecha, poco hemos hecho al respecto; más allá de protestar por cada ley educativa promulgada y poco leída. Leyes que interesan, mayoritariamente, para saber cuándo se repite curso, cómo se ponen las notas, cómo se recupera y qué contenidos o competencias se añaden o eliminan. Queremos saber qué burocracia de cifras y datos nos va a incordiar en cada ocasión.
A la postre, por mucho ruido distractor que se origina en estos debates sobre la nueva o clásica educación, acabamos con un libro de texto o apuntes propios, ordenando actividades a peso, sobrevalorando las cuestiones formales y evaluando como se ha hecho "toda la vida". Algunos se aventurarán a diseñar proyectos o retos educativos, con mayor o menor éxito, pero también evaluando como casi siempre y tratando de conducir al estudiante por el buen camino. Porque hemos hecho que la nota sea lo que importe desde la infancia y a cierta edad es difícil la marcha atrás. Seguimos con el conductismo simplón al que nos han (hemos) acostumbrado.
Para más inri, la llegada de las hojas de cálculo nos permiten operar con infinidad de calificaciones para obtener con fórmulas, más o menos sencillas, esa nota final temida por el alumno. Los cuadernos impresos del profesor van pasando a mejor vida y la aritmomanía del Conde Draco crece entre los docentes. Toda para que el alumno se acabe preocupando tan solo de ese número entero final que nuestra habilidad numérica ha sido capaz de obtener. ¿El resto de datos para qué importa? Alguno incluso se autocuestiona... Aunque seguramente, con ayuda del ojímetro, nuestro margen de error hubiera sido mínimo. ¿Y qué hacemos?
En primer lugar, entiendo que conviene una reflexión sosegada sobre el asunto y buscando alternativas que justifiquen cualquier decisión. La formación de calidad al respecto suele escasear. Sin embargo, tenemos mucha literatura para ir avanzando (aconsejo este libro sobre la evaluación formativa) en un cambio que destierre el conductismo omnipresente y desarrollemos la significatividad. Podemos hacer entender al alumno de que su día a día, sus tareas entregadas, sus lecturas, sus correcciones... no están programadas para que dependan de una nota final; que todo el trabajo que se hace en el aula se hace con el fin de su aprendizaje; que habrá temáticas sobre las que no verán su utilidad o encontrarán incomprensibles, a la vez que sin interés para su edad; que deben esforzarse no solo para no repetir curso sino para conocer y desarrollarse; que el favor se lo hacen a sí mismos y que las notas tienen su relevancia pero no son el objetivo cuando uno comienza su escolarización. Pero eso se respira desde bien pequeños en una escuela que cuida a sus docentes para que cuiden y quieran a sus alumnos.
No voy a discutir la complejidad o la necesidad de unas calificaciones finales, más aún en etapas postobligatorias. Los dichos numerus clausus son la consecuencia de una limitación de plazas que tiene mal arreglo más allá de la ampliación de vacantes. En la Formación Profesional ya hace tiempo que comenzamos a sufrir las consecuencias de un aumento de demanda al igual que lo sufren los estudiantes que se dirigen a la universidad. Todo ello sigue acelerando esa espiral inflacionista de notas donde los sospechosos mediocres de los cincos o seises han ampliado su espectro a los sietes y ochos. La bolsa de valores académicos sufre el acoso de madres, padres y alumnos en busca de esa fatídica o esperanzadora nota media de acceso. Todo gira en torno a los números. Cualquier décima es apelable. Y el que puede acaba pagando otras salidas por las notas no alcanzadas.
Si, como parece ser, las trampas se democratizan con el uso de la inteligencia artificial (se acaban los encargos bajo pago), ahora los trabajos y tareas con ayuda del ChatGPT se tornarán un factor adicional para acentuar esa escalada de notas donde solo importa figurar con una nota excelente. Tal vez acabemos en aulas con únicamente estudiantes sobresalientes... Ojalá estas nuevas tecnologías nos obliguen a replantearnos los deberes escolares, las correcciones, las entregas, la importancia de la lectura, la necesidad del razonamiento, el debate, la ética, la atención y una escuela donde vayamos a aprender y no solo a pasar de curso u obtener esa nota media para unos estudios futuros y un empleo incierto. Ojalá.
El conductismo con el que TODAS las corrientes pedagógicas y prácticas docentes dialogan/critican/denostan no existe. Quiero decir, no existe ese conductismo capitalista, depredador de subjetividades y militante de las etiquetas diagnósticas. Con lo que se dialoga en esos casos es con un hombre de paja, porque las críticas no son nunca jamás a una fuente primaria conductual, sino a preconceptos y prejuicios formados por recortes y lecturas sesgadas de otros autores que tampoco dialogan con fuentes primarias, y que empujan ciegamente una rueda de críticas a una corriente que nunca existió en la forma que la dibujan. Estoy más que dispuesto a explicar todo esto por cualquier otro medio que lo dispongas! Creo que en la construcción colectiva del conocimiento debemos hacer permanente lugar a la crítica, pero con fundamento, para así construir un camino compartido !
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