Darle al bloqueo fácil, cual pistoleros de un western, se ha convertido en una práctica habitual en la tuitosfera educativa. Ya no sirve silenciar y perdonarle la vida virtual a nuestros pelmas seguidores o usuarios que interactúan con nosotros ávidos de recibir atención o alcanzar la gloria en forma de likes. Hemos pasado de la ejemplaridad en aquellos tiempos en los que Twitter era una balsa de aceite, donde la cordialidad y el ánimo de colaboración eran la moneda corriente, a una nueva era donde gustamos de enfangarnos en la controversia constante y en discutir contra los muros de la egolatría.
Si el nuevo propietario de esta barra de bar llegara a quitar la opción de bloquear, puede que muchos saldrían en desbandada de este garito; otros seguirían torpedeando con más fruición las teorías y prácticas de sus colegas docentes; y algunos se mantendrían solo para ver cómo termina este espectáculo (a veces bochornoso). El Twitter educativo se parece cada vez más a esas bandas urbanas juveniles que poblaban los barrios de rockers, mods, punks o heavies en los años 80 y 90 del siglo pasado; cada uno con su estética y afinidades pero con una aversión exagerada al resto de tribus. Aunque al menos aquí, en el patio tuitero, no llegamos a las manos; pese a que la lengua se le ensucia a más de uno o su fotografía de perfil apunta maneras (no me preguntes quién).
Bloquear parece ya un deporte sano (junto a beber más de un litro al día) y muchos pregonan sus beneficios. Silenciar, por otro lado, es un recurso para los menos atrevidos (o más correctos) y poco amantes de las actividades de riesgo. Hay quienes complementan ambos recursos, e incluso muestran sus trofeos con la captura del bloqueo recibido, junto a un tuit ofensivo o una simpleza vertida contra un perfil anónimo que se entretiene repartiendo estopa en lugar de corregir exámenes y preparar clases.
El sector docente parecía un gremio alejado del conflicto permanente que tanto gusta en Twitter, más allá de las desavenencias entre la educación pública y privada o las controvertidas leyes educativas. Ahora, el disfrute viene con la defensa de unos ideales o formas de entender la educación y el aprendizaje que, de un modo ingenuo, creemos poder proteger desde una red social con escasa relevancia entre el profesorado. Debe ser la terapia del derecho al pataleo. Porque, ¿cuántos compañeros docentes tienen una actividad habitual en Twitter o modifican su modo de enseñanza gracias a estos perfiles virtuales? El impertinente algoritmo da la vez a los que tienen muchas interacciones, pese a que no los sigas; mientras que otras cuentas de docentes añosos han dejado de malvivir en un espacio donde porfiar es ahora costumbre o prefieren observar el folletín desde la barrera. ¿Dónde quedaron esas cuentas que compartían recursos, blogs personales o experiencias provechosas? ¿Estarán todos dazando en TikTok o habran huído abochornados? Además, con la llegada de la Inteligencia Artificial, veremos cómo se queda este jardín repoblado con tuits plastificados por profesores postizos.
Personalmente, seguiré casto en cuanto al uso de la opción del bloqueo (ya me estrené silenciando la monserga repetitiva de algún tuitero sin abuela). Pero no prometo nada. Por lo que, si el señor Musk decide eliminar el bloqueo, no padeceré ningún drama y mantendré ese masoquismo que gustamos los asiduos al pajarito con unos pocos propios y muchos extraños. Si decides vivir en paz, además de no seguir a nadie, siempre puedes seguir (des)bloqueando (ver instrucciones) sin medida. Pero, ante todo, mucha educación. Gracias por seguirme.
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