MENOS YOUTUBE, MENOS GOOGLE Y MÁS CLASE

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Ahora que algunos jóvenes comienzan a utilizar TikTok o Instagram como si fueran un buscador, se hace más necesario que nunca saber explicar bien las cosas. Y no. No vale con poner un vídeo de Youtube en clase o dejar que los alumnos se busquen la vida hasta dar con el videotutorial de turno. La presencialidad de los estudios, sobre todo a edades más tempranas, nos obliga afortunada e irremediablemente a enseñar de viva voz cómo se lleva a cabo un proceso de caracter técnico, definir un concepto, tener la actitud y formalidad adecuada, debatir un tema o gestionar los equipos de trabajo en el aula. 

 

Y en FP no ibamos a ser menos. Pese al auge de la enseñanza online (más orientada a personas con mayor madurez personal con obligaciones personales y profesionales) no podemos montar una clase únicamente  a través de vídeos. Ya no es solo una cuestión de eficacia de la docencia, sino también una cuestión de eficiencia de nuestro tiempo. Grabar, editar y publicar un vídeo con cierta calidad requiere un tiempo que no solemos disponer o que detraemos de otras tareas más valiosas para la enseñanza. El formato vídeo puede ser un buen soporte para complementar ciertos contenidos que, con caracter profesional,  publican empresas u otras entidades; así como para dar la opción al alumno a profundizar en aquellos temas que por falta de tiempo no podemos desarrollar en mayor medida. Aún así, con las dinámicas de atención actuales, es difícil lograr que visionen vídeos de larga duración. Personalmente, yo soy cada vez más incapaz de visionarlos, a no ser que me los ponga únicamente en formato audio y mientras realizo otra actividad. 

 

Hace unos años el formato vídeo era una herramienta eficaz por la novedad que suponían. Hoy en día, con una población hiperconectada, con unos auriculares inalámbricos que parecen prótesis permanentes, asombrar y llamar la atención es una tarea inalcanzable. El metaverso, la realidad aumentada o la realidad virtual puede que acaben como esas cintas de VHS que antaño cumplieron su papel y que ahora solo encontramos en un mercadillo. Más inventos para consumir contenidos pero que poco alimentan nuestra capacidad creativa si no se diseñan y utilizan convenientemente. La hiperconexión tal vez acabe provocando un efecto secundario: la necesidad imperiosa de docentes que sepan transmitir y conectar con el alumno (perdón por la perogrullada). Un acople que no se logra con vídeos de Youtube ni otras simplezas que consumimos en las redes sociales aderezadas del anglicismo habitual para vender más. Incluso algunos caeran en la cuenta de la mayor agilidad que supone comprender unos contenidos o procedimientos cuando se es capaz de leer un texto con cierta velocidad: ¡para que visionarlos o reproducir audios acelerados! Y no es mi intención quitar valor a unos buenos materiales multimedia. 


Con suerte, y sin ser nada nostálgico, se pondrán de moda esas clases donde hay momentos de escucha; donde se puede conversar con cierta profundidad; donde la autonomía de los alumnos venga dada tras una buena lección en la que buscamos conectar con el estudiante despertando su curiosidad por el aprendizaje. Conjuntadas, sin duda alguna, con emoción y afecto. Ya sé que es un mundo ideal, pero aún quedan profesores, como leía recientemente en un tuit, que se atreven a buscar la verdad, la bondad y la belleza junto a sus alumnos.  Objetivos loables, no para todos, y que no cuadran con una educación basada en el visionado de vídeos en YouTube o en las búsquedas aleatorias e incesantes en Google: una tramposa autonomía. Estas herramientas pueden ayudar (al igual que un buen libro de texto), pero no ser los cimientos de una buena educación y formación profesional. 

 

 

Luego nos chocaremos con los estudiantes disruptivos, con los perezosos o con aquellos que nos llegan sin haber aprendido a estudiar, tomar notas, dar importancia a la lectura o ser capaces de organizar su aprendizaje (los que más nos necesitan). Consecuencias del desánimo profesional, del atracón de unidades didácticas y de los bandazos pedagógicos y normativos que sufrimos. Tal vez, con tanto vídeo, dejamos de lado bien temprano una serie de habilidades y competencias que los adolescentes debieran ser capaces de desempeñar y que no solo se contemplan en los libros de texto y en los respectivos exámenes. Quizás, el ardor digitalizador ha empañado esos objetivos loables y esa utopía que solía ser esencial en la educación de los más pequeños. Puede que hayamos digitalizado por encima de nuestras posiblidades y sin atender al desarrollo y evidencias sobre niños y adolescentes (Escritura manual o en teclado: ¿puede influir en el desarrollo de la lectura?). En cualquier caso, con los mimbres que ahora tenemos, no debemos ceder ante una falsa modernización que solo atonta e insistir, aunque cueste, en la búsqueda de la atención continuada de los alumnos, con o sin artificios. 

El agotamiento lo tenemos garantizado, mucho ánimo. 

 

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