Es curioso como muchos alumnos demandan cada vez más explicaciones (vaya, lo que llamamos dar clase) cuando se enfrentan a temas complejos. La mesa del profesor no puede ser nuestra madriguera. El aprendizaje por descubrimiento puede ser útil cuando nos enfrentamos a cuestiones relacionadas con la creatividad o en áreas donde ya tenemos cierto poso de información además de un interés previo.
Erramos, a mi parecer, cuando demandamos tareas en las que lanzamos a la aventura al alumnado suponiendo que serán capaces de resolverlas con una simple búsqueda en internet y debatiendo al respecto con sus compañeros de equipo. Las herramientas que les prestamos deben ir acompañadas de unas buenas instrucciones; orientaciones sobre qué y cómo alcanzar esos resultados esperados; reglas para que aprendan a manejarse con autonomía sin ser dejados como buenos salvajes que no necesitan de nuestra influencia. Y un feedback útil y preciso.
Y al profesorado nos pasa algo parecido. Pretendemos innovar sin haber leído, estudiado, escuchado o investigado profundamente sobre aquellas prácticas que deseamos poner en práctica. Nos movemos demasiado por oídas y por lo que nuestro supuesto sentido común nos dice. No es raro escuchar ocurrencias del momento cuando se debate en la escuela. Ideas caprichosas que atienden a modas, opiniones sin fundamento o comentarios de pasillo. Y también necesitamos explicaciones, con cierta base intelectual, para encontrar esos resultados que mejoran el aprendizaje y la motivación del alumnado. Muchas probaturas cuando está casi todo inventado pero necesitamos descubrir ciertas prácticas a través de nuestros pares y con ayuda de la investigación docente. No solo de Google debiera vivir el docente.
Lo fácil es mandar hacer un podcast, pedir una presentación o grabar un TikTok. Más difícil es dar las pautas para que se realicen convenientemente e invertir bien el tiempo en dar las explicaciones para que puedan ser elaboradas con cierta destreza y cumpliendo los objetivos previamente planteados. Por eso, cuando llevamos a cabo un proyecto en el aula (llámese ABP, retos o problemas) nunca están de más unas buenas explicaciones antes y durante su ejecución; ya sean por parte del profesorado o expertos ajenos al aula. Exigir la construcción de artefactos digitales, cuando nosotros no controlamos su diseño y producción, es un tanto incongruente.
Por ello, también los profesores agradecemos un buen curso presencial donde se nos ayude a comprender una u otra metodología; donde se nos argumente y den recursos masticados con experiencias reales del aula; donde no todo sean vaguedades y un positivismo que poco nos aporta a nuestro día a día. Para escuchar frases fantásticas tenemos las redes sociales. Personalmente, pese a ciertas incomodidades de la presencialidad frente al aprendizaje a distancia, entiendo mucho más efectiva la formación en un aula donde el ponente explique con soltura y sin dejarnos a solas para investigar y practicar lo que podemos hacer en casa. Un buen acompañamiento tiene un valor inestimable en cualquier acción formativa.
Porque si queremos pensamiento crítico y creatividad, además de aprendizaje continuo, debemos asegurar un sedimento de experiencias culturales y científicas donde un buen profesor o profesora es capaz de explicar su tema a la vez que conecta con los alumnos. Iniciar la enseñanza con ocurrencias o decenas de tareas en un aula virtual es coger el atajo hacia la intrascendencia. Conversar, leer, y, a la postre, sintonizar con los intereses del estudiante, nos supone un viaje más costoso pero más fiable si queremos que aprendan. Y eso también requiere emoción.
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