El pasado jueves, gracias a la iniciativa de Pablo Felip y Balbino Fernández, pudimos disfrutar de una conversación entre docentes sobre las famosas y manidas competencias digitales que acaparan titulares en en el mundo educativo. A este primer episodio del Comando GEG, capitaneado por los arriba mencionados, nos enrolamos docentes de distinta procedencia geográfica y variadas etapas educativas. Sin embargo, las opiniones sobre el estado actual de la competencia docente no fueron tan desiguales.
La pandemia puede habernos dejado algunas mejoras a nivel del manejo de ciertas herramientas (aulas virtuales, trabajo en la nube, edición de vídeos, etc.), así como una mayor sensibilización sobre la necesidad de ser competente digitalmente. ¿Y eso qué significa? Sabemos que esas competencias se adquieren progresivamente, e incluso que lo ideal es diseñar una formación entre iguales donde los centros educativos puedan autogestionar sus recursos y demandar aquellos que realmente necesitan.
La sensación de despilfarro por parte de las administraciones es más que evidente. Se anuncian inversiones millonarias sin contar con los centros y centralizando compras que a menudo resultan inadecuadas para el alumnado y el profesorado que debe hacer uso de ellas. Millones que no se gastan en lo que necesita un alumno de FP que no tiene por qué ser igual a lo que precisa un estudiante de primaria. Por no hablar de si este inmenso gasto debiera ser desviado, si no se puede ejecutar adecuadamente, en otras cuestiones igual o más relevantes para la educación de nuestros alumnos.
Corremos el peligro de que los planes que se avecinan, relacionados con las competencias digitales docentes o el plan digital del centro, se conviertan en vulgares documentos donde acreditamos un nivel para cumplir con la papeleta de turno. Necesitamos ser muy escrupulosos a la hora de seleccionar y adecuar nuestras necesidades a aquello que realmente se necesita; no podemos perder más tiempo en cuestiones extrañas al aprendizaje del alumno. Sabemos que el uso de determinadas herramientas nos confiere unas capacidades digitales pero no simpre ayuda a mejorar nuestra enseñanza. Ya es hora de evaluar las distintas iniciativas que se llevan a cabo, escuchar al profesorado y aprender a hacer un uso adecuado de esas nuevas tecnologías, TIC o como lo queremos llamar, para no caer en la docencia de siempre pero con una pantalla de por medio.
No hace falta ser un experto en educación para entender que unos apuntes en PDF aportan poco más de lo que ofrece una página de un libro de texto. Aprender a diseñar esas situaciones de aprendizaje, que el nuevo currículo incluye, será más factible si los docentes atesoramos un nivel de competencia digital elevado. Muchas competencias profesionales, la significatividad de los contenidos y los saberes básicos, son alcanzables si somos capaces de entender ese mundo digital donde los estudiantes y el mundo profesional (en el caso de la FP) se mueven habitualmente. Sin desdeñar en ningún momento el necesario poso cultural y científico que los alumnos deben ir adquiriendo para lograr ese pensamiento crítico tan alabado y manipulado al mismo tiempo.
En cada etapa educativa se requieren unas competencias digitales distintas. En la Formación Profesional, con unos currículos caducos, no disponemos de acceso a software específico de cada sector, o manuales para programas informáticos que habitualmente utilizan las empresas relacionadas con las familias profesionales. Nos harían falta expertos, en contacto con el mundo empresarial, en este tipo de aplicaciones informáticas; y no un mero enfoque basado en herramientas de gestión y productividad personal (Google Workspace, Microsoft Teams..) cuyo uso es más sencillo y requiere menor formación.
En otras etapas educativas no existe, a mi entender, una medición de los resultados que ofrece la introducción de dispositivos informáticos. En los últimos años hemos sufrido una fiebre por introducir aparatos sin ton ni son para acabar haciendo lo mismo de siempre, dejando de lado otros aprendizajes más valiosos a determinada edad. No es raro encontrar hoy en día centros educativos bien dotados tecnológicamente pero con una biblioteca arcaica sin novedades ni un plan de fomento a la lectura con recursos materiales y humanos suficientes. Centros con millones de euros gastados en tabletas digitales o PDI aparcadas que, sin la ocurrencia habitual, podrían haber sido destinados a otros menesteres más valiosos. La competencia en lo gastado, que no invertido, también debería medirse. Tan solo hace falta pasarse por los comentarios a este tuit:
No os quiero dar envidia, pero nos han enviado un armario cargador para tablets.
— Director saturado 👨🏫 (@rafa_79_av) October 20, 2022
Lo gracioso es que no tenemos tablets y ha venido vacío.
Queda muy mono en un rincón del aula de informática.
El aula del futuro sobre la que me preguntaban en la PGA está cada vez más cerca.
Tenemos una oportunidad, si se gasta adecuada y equitativamente, de planificar una formación del profesorado a medida de las necesidades del alumno y de cada docente (y no solo para acumular horas de formación); adquirir los equipos informáticos que precisan los estudiantes según la etapa educativa en la que se encuentran y con la vista puesta en el largo plazo y no en saturar a nuestros chavales con pantallas que reinciden en un modelo educativo desfasado o en un simple entretenimiento prorrogado. Porque aprender a usar los dispositivos digitales de un modo sensato, sin la multitarea habitual, sin caer en las redes que fomentan la dependencia y la falta de autoestima, es también una competencia digital clave.
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