Valorar un centro de Formación Profesional, como futuro estudiante de FP, no es tarea fácil. Aún más supongo si lo tenemos que apreciar como docentes. Las valoraciones o esas dichosas reseñas que se publican en Internet son siempre muy subjetivas. Como padres o como alumnos es fácil verse deslumbrado por unas buenas instalaciones y medios para el trabajo; o ver fotografías y vídeos bien producidos donde se muestra lo mejor de cada centro de FP.
Pero, ¿cómo acertar en la elección? La pregunta tiene mala respuesta para aquellos que buscan una solución fácil. Lo mejor de cada centro, más allá de los equipamientos técnicos y materiales, está en su equipo docente. Sin dejar de lado, por supuesto, al equipo directivo, administración o resto de personal de servicios. Pero, el profesorado es, al fin y al cabo, el factor diferencial de una buena escuela de Formación Profesional. Además de la cultura organizativa, su implicación, coordinación, formación permanente y motivación personal hacia la docencia y el trabajo con los más jóvenes. Y esto no se puede descifrar en ningún folleto.
Ser buen docente, como en cualquier otra profesión, implica una capacitación técnica y una actitud para con tus estudiantes y compañeros. La competencia técnica y los saberes se nos suponen con las titulaciones de acceso; pero el resto de competencias blandas, que tanto predicamos ahora entre el alumnado, no vienen siempre de serie. Por no hablar de las diferencias que tenemos a la hora de afrontar la profesión en función de nuestro momento vital: años de experiencia, edad, conciliación familiar, salud, etc. Por eso, hacer una foto donde se muestren las fortalezas y debilidades de la plantilla de un centro es una tarea compleja, variable, según el momento en que la tomemos, y de difícil arreglo si aparecen defectos en la misma.
Volviendo de nuevo a cuáles son los mejores centros de FP, no hay mejor respuesta que rebotar la pregunta a los alumnos que nos sufren o disfrutan. Los jóvenes suelen saber si somos condescencientes y permisivos, si regalamos los aprobados, si controlamos nuestra materia, si nos organizamos o coordinamos con los compañeros o si tenemos una preocupación verdadera por su aprendizaje y procuramos entender su situación personal. Podemos engañarlos durante un tiempo, pero nos terminan calando. La profesionalidad y el buen hacer no se esconden tras un americana o una ristra de títulos oficiales. Como alumnos que somos esporádicamente, valoramos bien la honestidad frente al humo, pese a que también picamos de tanto en tanto.
Por todo ello, no hay mayor activo en un centro educativo de Formación Profesional que un profesorado con talento y con motivos para ejercer su trabajo (suena mejor que motivado). Y aquí, como muy bien ilustra Yoriento en este artículo: no importa la edad; es necesaria la colaboración de los viejennials con los millenials; compartir el conocimiento y colaborar; fomentar la autonomía y la diversidad cognitiva; y valorar por igual las distintas competencias profesionales del docente: técnicas, sociales y organizativas.
En los próximos años seguirá avanzando la digitalización, parece que habrá más problemas para contratar y retener talento (¿también del profesorado?) y las políticas educativas continuarán fomentando la FP con el consiguiente aumento de la demanda de los ciclos formativos. O comenzamos a cuidar el mayor activo de los centros de FP o moriremos de éxito con mejores o peores instalaciones pero sin haber puesto el foco en la necesidad de mantener un buen nivel del profesorado en un futuro que se antoja inseguro.
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