Está demostrada la eficacia de los ingenieros a la hora de diseñar las redes sociales. Algunos estudios comparan su consumo excesivo al de la cocaína en lo relativo a cambios en el estado de ánimo, conflictividad o síntomas de abstinencia. Estamos por tanto ante una lucha desigual cuando nos enfrentamos a un sistema efectivo donde perdemos el control sobre el consumo de nuestros dispositivos móviles y esas aplicaciones que producen una gratificación constante e infinita. El remedio es difícil. Más aún si dejamos esos móviles en manos de niños, aún inmaduros, con escasa conciencia del tiempo que pierden ensismiados con la aplicación del momento. Nosotros los adultos tampoco somos un ejemplo de sensatez en su uso. Supongo que acabará pasando como con el consumo de tabaco: con los años se prohibirá o limitará severamente el uso de teléfono móviles y la descarga de ciertas aplicaciones a los menores de edad. Al igual que estará muy mal visto su uso cuando estemos con los hijos o en presencia de niños.
Espero que en la escuela también reaccionemos finalmente. No tiene sentido alguno promover el uso escolar de aplicaciones que sabemos son peligrosas para los menores y que ofrecen contenidos poco o nada adecuados a su edad. El (mal) ejemplo de los TeachTokers es un tema para reflexionar. Así como el uso artificial y poco reflexivo de aplicaciones que, pese a su carácter lúdico, podrían utilizarse para aprender y no solo como un entretenimiento idiotizador más. La distracción que suponen los móviles es algo inevitable que solo se puede afrontar con la desconexión del dispositivo o su almacenamiento fuera de la vista del usuario. La prohibición del uso de lo móviles en el entorno escolar tiene cada vez menos detractores. Podemos educar sobre su uso, pero nos enfrentamos a una lucha desigual donde el ganador está decidido de antemano por muchas lecciones que ofrezcamos. Por no hablar del poco ejemplo que ofrecemos en las aulas, reuniones o cursos donde no es raro encontrar adultos inmersos en su pantallita a tiempo completo.
Con los estudiantes de mayor edad es aún más difícil la disuasión. Llamar la atención para que usen con sensatez sus portátiles o móviles es una tarea agotadora. Mantener el interés en un discurso, que te escuchen, lean, reflexionen y se concentren para llevar a cabo unas tareas, requiere mucho entrenamiento y desconexiones temporales alejadas de internet, sus redes sociales o aplicaciones para el entretenimiento. Lo tenemos bien difícil. Concienciarse del uso diario que hacen con el móvil no es tan difícil. Todos los dispositivos ofrecen herramientas de bienestar digital como tenemos en Android o en Apple con las que podemos observar y controlar nuestro tiempo de uso, establecer temporizadores de ciertas aplicaciones o incluso gestionar el uso que hacen los menores en casa (totalmente recomendable la aplicación Family Link de Google para estos menesteres).
Tristemente puede que acabemos innovando a través de la oferta de desconexión en las aulas. De cualquier modo, siendo optimistas, podemos ya detectar en muchos jóvenes una sensación de hartazgo con las memeces personales e íntimas que se publican por las redes, una mayor incredulidad de lo que se difunde desde las distintas plataformas digitales y una percepción mayor de la pérdida de tiempo que supone estar constantemente atento a esa pantalla que nos aleja de los más cercanos o de otras formas de ocio más sugestivas. La vergüenza ajena y propia tal vez vuelve a estilarse entre la juventud.
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