Ser miembro del equipo directivo de un centro educativo, como habitualmente se proclama, no está pagado (como toca). Las siguientes líneas pueden ser tomadas como un halago gratuito de algo que todos ya sabemos pero que no se agradece lo suficiente. No necesito dar coba a unos superiores que, en cualquier otro sector, serían mejor valorados y más respetados de lo que son actualmente. Directores, vicedirectores o jefes de estudio que, además de dedicar más horas de trabajo que el resto del profesorado, deben lidiar con las rarezas que unos y otros arrastramos.
Las titulaciones y máster para la dirección de centros educativos abundan en la densa oferta formativa actual. Aún así, al igual que pasa con el criticado máster en formación del profesorado, hay ciertas cualidades que son innatas o se adquieren de manera informal con los años; aptitudes que solo se aprecian cuando escasean y que en el mundo educativo profesional estamos acostumbrados a dar por sentadas. Atributos que facilitan la labor de los docentes gracias a la autonomía que se nos concede, la confianza recibida y las casi infinitas posibilidades de seguir aprendiendo a enseñar a través de las iniciativas personales o el impulso de los equipos de trabajo.
Luego vendrán esas otras capacidades que, en los tiempos actuales, pasan por conocer y cribar entre las nuevas metodologías y modas educativas que nos atosigan, o por seleccionar y manejar aquellas competencias digitales necesarias para los alumnos y profesores de cada etapa educativa. Funciones que se añaden a esa elevada carga burocrática habitual que sufren permanentemente desde antes del comienzo de cada nuevo curso y una vez terminado el mismo. Burocracia que se come un tiempo precioso para fomentar ese trabajo en equipo de unos docentes acostumbrados a la inercia individualista del día a día.
También siempre se agradece a esos directivos que no dejan de dar clase por voluntad propia y pese a las eternas desigualdades que marca cada comunidad autónoma o según la titularidad del centro sea pública o privada. Personas que no dejan las aulas y no pierden así ese contacto necesario con los niños, adolescentes o jóvenes que cada curso nos desafían profesionalmente.
Porque el sector educativo es muy especial. Aquí no entendemos de los tiempos que se contemplan en el mundo de la empresa privada y en otros sectores acostumbrados a medir resultados y ejecutar acciones según una serie de variables fácilmente medibles. Los tiempos educativos son más pausados, pese a aquellos que gustamos de ritmos más elevados, y requieren de una organización académica que ponga el acento en el aprendizaje y desarrollo integral del alumnos pese a las cortapisas que en forma de leyes y normas nos importunan cada año.
En tiempos donde la innovación es parte imprescindible de la desiderata educativa, estos equipos directivos deben capear con distintas formas de entender la educación y con diferentes niveles de motivación personal. Porque los docentes podemos ser, además de memorables y apreciados, muy raritos con nuestras demandas e inquisitivos con nuestras formas de entender la profesión. Por ello, no me cabe más que agradecer, a todos esos miembros de los equipos directivos de los centros educativos, toda la compleja labor que llevan a cabo con la mejor de las intenciones.
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