¿Se pueden prestigiar los estudios de Formación Profesional si los empleos para los que estamos preparando no son de calidad? ¿Qué debiera implicar esta calidad en el empleo de un futuro técnico o técnica superior de FP?
A menudo centramos el debate en la promoción de la oferta de ciclos formativos de grado medio y superior y dejamos de lado el tipo de empleo adonde llevan estas titulaciones. Cuando un estudiante se orienta hacia un ciclo formativo, un factor relevante para decidirse, siendo pragmáticos, podrían ser las condiciones laborales existentes en ese sector profesional: salario, horarios, vacaciones, etc. La descompensación de la oferta y demanda formativa podría equilibrarse también si los alumnos fueran conscientes de las bondades de determinadas profesiones.
Por otro lado, desde el mundo de la empresa, al igual que se hace en la oferta pública de empleo, debieran empezar a valorarse en mayor medida las titulaciones para el acceso a puestos específicos. Como afirma Ricardo Fernández Guerra en un reciente debate acerca del presente y futuro de la FP, moderado por José María Puya, alias "El Alimentólogo": en ciertos puestos de trabajo sería necesario que se exigiera un título de técnico o técnica superior con el fin de prestigiar los estudios así como requerir unos conocimientos mínimos (además de valiosos) en los centros de trabajo. Títulos oficiales que son garantes de una formación específica junto a unas calificaciones (poco apreciadas a nivel laboral) que son la prueba de las competencias profesionales adquiridas.
Tal vez, de este modo, determinados sectores tendrían una mejor oferta de perfiles profesionales disponibles si ligamos la demanda de empleo a unos salarios competitivos y a unas condiciones atractivas para esos miles de jóvenes que optan por la FP. Las noticias, a menudo exageradamente, mencionan el déficit de personal en ciertas ocupaciones: hostelería, transporte, informática, mecánica.. o incluso en algunos puestos que no disponen de una titulación específica. A todo ello le añadimos una población activa joven que, a diferencia de otras generaciones, parece no estar dispuesto a emplearse sin unas condiciones mínimas que permitan la conciliación personal.
No sé si es un mito lo de las diferencias generacionales en el trabajo, pero sí observo que las prioridades y el valor por el empleo varían en relación a cómo se apreciaba en los años 80 o 90 del siglo pasado; una época con también una elevadísima tasa de desempleo y unas expectativas poco halagüeñas que favorecían a la fuerza la movilidad geográfica y una inestabilidad como norma. Todo ello llevó a exigir unas regulaciones que, gracias a las reivindicaciones sociales, mejoraron esas condiciones laborales en muchos sectores profesionales (la docencia incluída) que otros lograron con sacrificios y que actualmente parecemos haber olvidado. Ahora, con un individualismo omnipresente, andamos anestesiados y con poca visión de futuro para con nuestros alumnos y nosotros mismos. Las quejas más oídas se refieren habitualmente a situaciones personales y poco a exigencias en aras del bien común.
Así, cuando hablamos de soft skills y toda esa serie de competencias que tan bien quedan en los vídeos promocionales de los departamentos de recursos humanos, podríamos añadir el esfuerzo, la generosidad y la colaboración que nos han demostrado las generaciones que nos han precedido. Es hora de exigir esas mejoras laborales en beneficio de los más jóvenes educando desde la congruencia personal y profesional; con menos quejas estériles y más acción al respecto. Por suerte, tenemos unas generaciones venideras con ganas y formación sobrada que nos tienen como ejemplo (o contraejemplo) para mejorar esta sociedad tan compleja en la que vivimos.
Los que tenemos un empleo medianamente estable debemos reivindicar esas condiciones mínimas para los jóvenes y próximos técnicos. Sin embargo, antes, debemos comenzar a valorar nuestras propias ventajas sin perder de vista que en cualquier momento podemos también empeorar la situación laboral que ahora disfrutamos y que no debe darse por sentada. La generosidad intergeneracional también se mide en el empeño que ponemos en que nuestros alumnos disfruten de unas condiciones dignas y se nutre con el modelo que reflejamos profesionalmente con la acción cotidiana.
Photo by Zahir Namane on Unsplash
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