Libertad, pensamiento crítico, cultura, competencias técnicas, habilidades blandas... y un largo etcétera de ideales son los que supuestamente la educación actual tiene entre sus objetivos o deseos para con los alumnos de este ya casi maduro siglo veintiuno. Todavía no nos hemos desengañado con el errático uso que hacemos de los dispositivos digitales en la escuela para lograr esos fines; incluso el futuro no es demasiado halagüeño y parece nos depara un bombardeo en el control de datos de los alumnos en forma de amenazas conductistas que modernizarían el paisaje de algunas escenas de la película ochentera "The wall" de Alan Parker.
Seguimos enfrentando la disciplina y el esfuerzo a la falta de curisosidad y ganas de aprender de los alumnos. Los hemos vuelto irreconciliables. Continuamos con discusiones estériles sobre la evaluación, no respetando lo que funciona y añadiendo experimentos que perpetúan un sistema de enseñanza árido y poco estimulante para los estudiantes. Buscamos dar clases lights y que los dispositivos y su software nos solvente la papeleta formativa para que motive a los más jóvenes por real decreto. Sin embargo, el alumno sigue igual de desafecto a las clases, los contenidos académicos y todo lo que rodea el entresijo escolar. Para colmo, el mundo absorbente de las pequeñas pantallas no hace más que distanciarlos de una dinámica de enseñanza-aprendizaje en beta permanente junto a un profesorado con desmotivación creciente.
Ya estamos sufriendo las plataformas educativas digitales con un sinfín de avisos e incidencias que un profesorado inmerso en un proceso kafkiano tiene la obligación de anotar por motivos intrascendentes o para cubrirse las espaldas si alguna familia resulta manifiestamente incómoda o acusadora. ¿Acabaremos siendo los esbirros de un sistema de control permanente? Los móviles paternos y maternos reciben notificaciones, además de las simplezas en los grupos de wasap familiares, nuevas comunicaciones que les alertan de incumplimientos varios basados en un reglamento con un articulado para duchos letrados. Llegará un día, si no lo ha hecho ya, donde la geolocalización permanente no dejará a los adolescentes saltarse una clase por pura inconsciencia de la edad.
Mientras tanto, las familias se enconan o dimiten de sus obligaciones por puro disgusto o falta de tiempo vital ante tanto fuego amigo. Parece que estamos esperando a que inventen un bot que responda al sinfín de notificaciones para así simular preocupación y no perder la medalla de buenos padres. No sé si los chavales acabarán aprendiendo a base de estímulos y frenos; ignoro si el temor a un apercibimiento digital marcará unas conductas venideras donde el libre albedrío y la personalidad serán cosa del pasado en un futuro donde los algoritmos de Netflix, Amazon, Facebook o Google nos igualarán en mediocridad y egocentrismo.
Soñaremos, como alucina hoy Jeff Bezzos, en un futuro donde la educación obligatoria sea una de esas naves espaciales repletas de bibliotecas, saberes interesantes y actividades que estimulan la capacidad intelectual y artística de nuestros menores; que no sea necesario inventar un planeta Tierra en el que solo estemos de visita mientras unos estímulos electrónicos marcan nuestras aceleradas e inciertas vidas.
0 COMENTARIOS:
Publicar un comentario
Disculpa las molestias si se demora la publicación de tu comentario. Se revisan para evitar el spam habitual. Muchas gracias.