En la Formación Profesional está muy de actualidad el trabajo y la evaluación por competencias de nuestros alumnos. La inmensa mayoría tenemos claro que hay ciertas competencias transversales que son vitales para el futuro laboral de los estudiantes: autonomía, creatividad, ser resolutivo, saber trabajar en equipo, iniciativa, actitud, perseverancia, implicación, flexibilidad, pensamiento crítico... Competencias blandas llamadas también "soft skills" (el inglés le da una pátina reluciente a todo) que cualquier empleador y compañeros valoramos porque facilitan el trabajo, la convivencia y el crecimiento de las organizaciones.
El problema viene cuando tenemos que evaluar este tipo de competencias; crear indicadores y rúbricas objetivas que nos permitan valorar la evolución del estudiante de FP. Cada vez hay más experiencias al respecto, aunque no es fácil encontrar -como es habitual en nuestra etapa- recursos específicos para este tipo de evaluación. Recomiendo visionar estas experiencias de tres centros de Formación Profesional de las Islas Baleares: centre Jovent, el centre integrat de FP Son Llebre y la escuela El Liceu, que participan en el proyecto de investigación "Itinerarios de éxito y abandono en la formación profesional del sistema educativo (IEAFP)" dirigido por Francesca Salvà Mut. O indagando en esta caja de herramientas (en inglés) del Cedefop con un apartado específico para las competencias que mejoran la empleabilidad.
Otro problema, que da título a este artículo, es la autoevaluación de este tipo de competencias por parte del profesorado. Sabemos que los mejores predicadores no sermonean sino que ofrecen su ejemplo. Y aquí es donde observo en demasiadas ocasiones una falta de congruencia profesional entre los docentes. No es raro oír hablar de lo poco que trabajamos en equipo, la falta de implicación de algunos compañeros, la poca iniciativa o flexibilidad de aquellos que se limitan a su aula y sus formas de hacer, o esos otros que tienen ocupaciones más "importantes" que el bien común, que cumplen con lo "justo y necesario" y encima protestan si sugieres mejoras. Por suerte son minoría, aunque jamás reconocen su contraproducente papel.
Lo que no es creíble (o al menos plausible), pese a la ingenuidad habitual de nuestros alumnos, es mostrarnos como paladines de las competencias transversales profesionales cuando nos interesamos no demasiado por ellas en nuestro ejercicio profesional como docentes. La incongruencia es un mal que nos acecha, que tiene cura y se previene cuando somos conscientes de ella. Las redes (y las aulas) están llenas de ella; más aún en un mundo donde los selfies y el comadreo se multiplican en grupos de whatsapp donde solo recibimos likes y la audiencia justifica nuestros aparentes motivos. Donde una foto corriendo te convierte en runner o un comentario en Instagram te transforma en cool teacher.
La autocrítica o esa autoevaluación de competencias docentes me parece un ejercicio sano e imprescindible para mejorar y no perder esa coherencia precisa y preciosa con la que transmitir destrezas y capacidades a nuestros alumnos. Por fortuna, siempre tenemos compañeros donde mirarnos y que nos devuelven un nítido reflejo que emborrona un ego desmedido, que nos muestran cómo nos gustaría ser y qué embellecer como enseñantes.
El que suscribe es consciente de que necesita mejorar. Todo sea por las competencias.
Imagen: https://unsplash.com/@fodelwdc
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