Arrogarse la sensatez puede también ser peligroso. Escuchar y leer mucho, además de tener la fortuna de haber vivido con buenos ejemplos, son un buen remedio para esa dosis de sensatez y eficiencia que se demanda a un buen profesional. Aún así, siempre acabamos metiendo la pata en algún momento. Sin embargo, la reiteración en la impericia, la altanería, el egoísmo, la dejadez o el infantilismo, acaban agotando la paciencia de cualquier fulano.
Vivimos tiempos donde muchos se esconden tras unos derechos de los que abusan; donde otros tienen complejo de infalibles; donde algunos dan lecciones mientras solo piensan en su beneficio personal; o donde unos pocos achican agua mientras el resto se asegura su salvavidas. Temerarios, ignorantes o negligentes que solo alzan la voz cuando les rozan la jeta. La experiencia, los años de convivencia, ponen a todos en su sitio. Sobre todo, a nivel profesional. Engañarán a los suyos o a los inmaduros, pero acaban retratados.
La pandemia, y esta maldita situación con la que malvivimos, puede disculpar o disimular muchas carencias. Las redes sociales, los comunicados, los míos, las sonrisas adulteradas... pueden esconder una insensatez que ahora cuesta vidas. Y seguimos disculpando todo o cerramos los ojos paralizados por la rutina que nos anestesia ante una negligencia que causa, no el desempleo o la falta de educación de los más jóvenes, sino la pérdida de la salud o la vida de muchas personas. Los insensatos somos ahora nosotros; creyentes y confiados por esa supuesta profesionalidad de los que nos dirigen.
El narcisismo en las redes sociales, la querencia por el poder o la pasta, son demasiado antiguas para no disculparlas. Los que dicen una cosa pero hacen otra. Los que viven de una foto editada junto a una frase entrecomillada. Pero la inacción, la nulidad o el estorbo no pueden ser ahora toleradas. Y no es un problema de ideología. Ser sensato -prudente, cuerdo, de buen juicio; como afirma la RAE- es ahora obligado. Ya no estamos discutiendo entre lo público y lo privado, el sistema tributario o esas horas lectivas y la ratio que nos aprietan cada día. Nos jugamos la vida.
Vivimos una época donde faltan sensatos, con visión y abnegados, que nos dirijan. No solo mediocres de telediario. Sensatos de esos que aparecen como cuentagotas en las aulas y aún están madurando o con los que compartimos parte de nuestras vidas y son demasiado modestos para levantar la mano o la voz. Acabaremos regulando la sensatez en el currículo. Cuídese.
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