Año 2020. Afrontamos una nueva década en la que si echamos la vista atrás y retrocedemos veinte años, este tiempo ha supuesto un incremento sustancial de la complejidad de la docencia, y de todo lo que ahora conlleva la misma, a todos los niveles. Nos hemos atiborrado a cursos de formación continua, sobre metodología y nuevas tecnologías, idiomas y alguna que otra ocurrencia que se estilaba en su momento. Algunos seguimos con la misma cantinela esperando esas mejoras deseadas que nunca llegan y de las que nos compadecemos en público o en privado.
Sin embargo, veinte años después: ¿ha cambiado significativamente la enseñanza y la Formación Profesional que ofrecemos? Sigo viendo, sin ánimo de crítica, mucho libro de texto; jóvenes distraídos que necesitan una motivación constante; aulas, equipos y mobiliario del siglo pasado; docentes buscándose la vida para dar clases; unos ciclos y módulos flexibles según sea la intención del profesorado que no de la Administración; y, unos recursos siempre limitados para emprender esos cambios tecnológicos y formativos que precisaría esa nueva economía que muchos solo ven en los titulares de prensa. Se añaden planes, se proyectan estrategias para mejorar la FP, se lanzan campañas de comunicación, se internacionalizan los estudios, se busca la inclusión; pero todo cambio es a costa del profesorado y sus equipos directivos, y a discreción de los mismos.
El mayor cambio o mejora lo observo en el largo y lento proceso de digitalización de un profesorado que ha entendido y aceptado, en su mayoría, la tecnología como una herramienta más que puede ayudar a nuestra labor docente a través de aplicaciones y recursos donde el protagonista es el alumno con un profesorado que crea contenidos y se comunica fácilmente a través de las redes. Cambios que, gracias a la mejora de la velocidad de la conexión a Internet, hemos logrado implementar desde aquellos primeros años donde el correo electrónico era casi una amenaza a la conciliación laboral y personal de algunos colegas. Ahora nos toca afrontar un reto aún mayor: la digitalización de todas aquellas familias profesionales que ahora o en un futuro próximo van a ver transformada su forma de trabajar.
Otro de los cambios, a mi parecer, y provocados por el inexorable paso del tiempo, ha sido la renovación de unas plantillas y de un modo diferente de entender la profesión por motivos generacionales. Unas experiencias vitales distintas que se reflejan en nuevas prioridades y otros modos de abordar la vida profesional. En mi caso, he aprendido a valorar más a esas generaciones pasadas sin dejar de lado el punto de vista de las nuevas hornadas de docentes que aterrizan con otras preocupaciones y estilos de trabajar. No creo que se trate de entender la profesión de un modo más o menos conservador o más o menos reaccionario; aunque estoy seguro de la importancia que tiene la experiencia acumulada de muchos de esos compañeros y compañeras que se han dejado la piel en el aula y que debiéramos seguir atesorando y transmitiendo a los que ahora nos acompañan.
Pertenecer a la generación X, Y o Z, debiera ser irrelevante, pese a las inevitables diferencias particulares, cuando se trabaja con unos mismos objetivos y priorizando el bien común sobre los intereses particulares; manteniendo la congruencia y profesionalidad como distintivos personales.
El cambio que no quisiera tener vivir es aquel que quite el centro de atención en el alumno. Debemos actualizarnos, ser más flexibles con las competencias y contenidos, evaluar nuevas y viejas capacidades, pero todo ello sin olvidar que nos dirigimos a unos jóvenes con intereses propios que necesitan una preparación personal y profesional para afrontar un exigente y complejo mercado laboral con las mejores garantías posibles. Despertar en el alumno la necesidad y carencia de aprendizaje que tienen y tendrán en el futuro, es una tarea vital con nuestro alumnado. Disponer de tiempo para trabajar con ellos, preparar recursos, atenderlos en condiciones, orientarlos y, sobre todo, enseñarles una profesión, debe seguir siendo nuestro cometido principal por muchos años que pasen.
En líneas generales no sabría decir si estamos mejor o peor que hace veinte años. Es cierto que el prestigio de la Formación Profesional parece ser una variable ascendente, y cada año son más los estudiantes que eligen cursar un ciclo formativo. Los que disfrutamos la enseñanza, no perdemos la ilusión de que se pueden mejorar muchas cosas sin necesidad de hacerlo con prisas, sin dejar de ser pragmáticos, y teniendo en cuenta la mejora en la formación del alumno sin menoscabar las condiciones del profesorado. Sigamos aprovechando el conocimiento de nuestros profesionales de la docencia para diseñar esa FP moderna y transformadora que reclamamos y que nos diferencia de otras etapas educativas.
photo credit: Rusty Russ A Bird in a Time Tree via photopin (license)
2020, NUEVA DÉCADA: ¿NUEVA FP?
jueves, 9 de enero de 2020
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