DOCENTES (PRESUNTOS) IMPLICADOS

lunes, 9 de abril de 2018
Que la educación dependen en gran medida de nuestros docentes podría tildarse de perogrullada, pese a la falta de inversión educativa, el inexistente y soñado acuerdo educativo o los tumbos que damos a causa de las modas y los intereses económicos que merodean sobre la educación.

Pese a todo ello, si hablas con cualquier otro docente, con familias o alumnos, o con miembros de los equipos directivos escolares, la gran mayoría tienen claro que la diferencia en la educación la marcan los docentes de cada aula. Una diferencia que se materializa gracias a la implicación en el aula, con sus alumnos, con las actividades del centro y con su cultura del aprendizaje. Una implicación que pasa por destacar por el cumplimiento de nuestras obligaciones, lo cual no quita proponer o quejarse cuando creamos conveniente, así como por preocuparse por cada uno de tus alumnos.

Pasar de puntillas por el aula, terminar de dar clase y desconectar de tu actividad educadora puede ser una actitud que no merezca reproche, pero que queda lejos de la exigencia constante que supone atender a tus alumnos, preparar clases o editar nuevos materiales, organizar actividades, sumarte a proyectos del centro o un sinfín más de tareas que van surgiendo a lo largo de cada curso. 

Porque estar implicado pasa también por remar en dirección a los métodos y fines que persigue tu centro educativo, pese a que esté más o menos de acuerdo, o pese a que muestres diferentes criterios. Cada claustro se compone de personas con muy diferentes pareceres y con experiencias vitales diversas; aún así, nos hace falta ser más conscientes de que esa falta de implicación puede redundar en la tarea de los compañeros, en los valores que transmitimos a los alumnos o en la imagen que da nuestro centro educativo. Las comparaciones entre compañeros debieran llevarse a cabo sólo para ver qué acciones o prácticas tienen éxito y poder compartirlas libremente. 

Cuando hablo de implicación no hablo de absentismo laboral, sino de lo que aportamos al clima laboral de nuestras escuelas cuando renegamos, hablamos mal de algún alumno o compañero o simplemente hacemos las cosas por inercia o cumplir el expediente. Por fortuna, la mayor parte del profesorado sigue esforzándose y motivada pese a los muchos sinsabores de esta profesión, el prestigio en decadencia de las escuelas, la complejidad actual de los alumnos y familias o el exceso creciente de tareas no relacionadas directamente con la docencia. 

Sigo creyendo que la innovación educativa pasa por compartir experiencias de aula, respetar una línea pedagógica bien definida por el centro educativo, y ceder tiempos y espacios al profesorado para que se articulen propuestas educativas de calado donde el protagonista principal sea el alumno. Y para esto, no nos queda otra que la implicación. Implicarnos en una educación que más que vivir de ideales beba de acciones que fomenten el humanitarismo, la creación, la lectura y la reflexión.

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