Los que enseñamos y trabajamos sobre marketing en el aula no nos cansamos de oír hablar acerca de la importancia de los contenidos en el mundo digital (eso que los expertos llaman content marketing), apostando por imágenes, gifs, vídeos cortos a los que el consumidor o cliente potencial dicen le gusta dedicar tan sólo unos segundos de su tiempo.
Los profesionales del marketing, aficionados a poner etiquetas y clasificar personas, tienen claro que las generaciones de jóvenes actuales (milennials y centennials) demandan inmediatez, son más pragmáticos y realistas. Consecuentemente, las compañías buscan hacerse un hueco en los móviles de unos jóvenes que viven 24 horas junto a una pantalla digital. Una postura, o una estrategia que, desafortunadamente a mi parecer, estamos llevando a cabo en la mayoría de los centros educativos que descuidan otras formas de comunicación.
Desde la escuela no podemos obviar las herramientas que utilizan los alumnos o su familias, para llegar a ellos o para comunicarnos de un modo más efectivo. Podemos debatir sobre el buen o mal uso del WhatsApp u otras redes sociales, pero está claro que son soportes que nos ayudan a transmitir información o incluso a reforzar los lazos entre la comunidad educativa. Lo que no está tan claro es que pongamos todo el esfuerzo en subir fotos más o menos bonitas, vídeos con fondo musical o subamos sólo contenido haciendo el indio con la moda del momento.
Si queremos educar en algo más allá de lo inmediato, distinto al consumo fácil, no debiéramos limitarnos a hacer el juego a los estrategas del marketing. Desde la escuela podemos -y debemos- trabajar más otras formas de comunicación más reflexivas ya sea a través de medios digitales o analógicos. Podemos informar a las familias, a nuestros alumnos o antiguos alumnos, a través de contenidos más elaborados; mediante un blog o una web donde docentes y alumnos participen en la redacción de sus contenidos o desde cualquier otro formato digital que nos permita discurrir.
En caso contrario, estamos dejando de valorar el esfuerzo que supone pensar, redactar, profundizar o reflexionar en cualquier tarea que llevamos a cabo en el aula o fuera de ella. Corremos incluso el peligro de sobrevalorar actividades por el simple hecho de ser más "vistosas" o por la fotogenia de sus participantes. La cultura del "Me gusta" o el pueril wasapeo no debe sustituir, al menos en las aulas, todo un trabajo y reflexión posterior que sí deben ser compartidas en beneficio de otros colegas o como parte del proceso de retroalimentación con familias y alumnos.
Por desgracia, muchas escuelas tienen que hacer uso del llamado marketing educativo, aún así, nuestra misión como educadores no puede quedar pervertida por tratar de comunicar o conectar mejor con esos alumnos o potenciales estudiantes. Enseñar a hacer un buen uso de las redes sociales, fomentar la lectura o trabajar la escritura a través de un blog, o considerar la importancia de la identidad digital, son objetivos totalmente complementarios e ineludibles.
La intimidad, la prudencia o el respeto también pueden ser cultivadas a través de las redes, de hecho, cada vez son y serán más valoradas en el mundo laboral. Como les dijo Carlos Fernández Guerra, lo más importante es cuidar la reputación online. (...)“Eres hipster o de otra tribu o tendencia urbana y lo cuentas online. Pero no muestres toda tu intimidad. La privacidad prima sobre lo trendy”.
Marketing, todo el que se necesite en los centros educativos, pero no como una prioridad que siga fomentando la inmediatez y superficialidad a la hora de consumir contenidos; con límites y tratando de educar en contraposición a intereses personales o meramente comerciales.
Que no nos acabe pasando como en este capítulo de Black Mirror...
photo credit: khalid Albaih bath of Likes via photopin (license)
¿EDUCAMOS O HACEMOS MARKETING?
jueves, 22 de diciembre de 2016
Con la tecnología de Blogger.
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