Ahora ya toca descansar, pese a que el mes de julio es siempre un buen mes para leer o reflexionar sobre aquello que podemos cambiar o repetir el curso próximo sin el agobio de las clases. Es tiempo de los debates eternos sobre la adecuación del libro de texto o su formato, los deberes, las metodologías activas o tradicionales, las normas de convivencia y comportamiento en el centro educativo, las TIC y TAC, la reunionitis o burocracia poco efectivas, el inglés o el chino vehicular, etc, etc.
Pese a los sinsabores, los desacuerdos con los compañeros, las metidas de pata con los alumnos, la sensación de que lo podríamos haber hecho mejor, la inestabilidad laboral; pese a todo ello nos podemos sentir bien por esta profesión que nos ocupa la mayor parte de nuestro tiempo y que nos regala:
- Alumnos nuevos año tras año. Nuevas caras que nos rejuvenecen y nos permiten revivir la niñez, la adolescencia o la juventud de nuestros alumnos.
- Cada día puede ser diferente. Podemos plantear cada hora lectiva de una nueva forma, improvisar, hacer y rehacer nuestra programación. El que se aburre es porque quiere.
- El cariño y aprecio de los alumnos. Cada año nos llevamos la alegría de alumnos que disfrutan contigo en el aula, que valoran tu trabajo y que se sienten estimados a la vez que aprenden.
- Nos hace mejor personas. Tratar de evolucionar como docente, enseñar y aprender mejor, empatizar con los alumnos... todo ello nos ayuda a crecer como personas.
- Posibilidad de cambiar el entorno, el mundo. Educar implica transformar, inculcar al alumno esa curiosidad o pasión por lo que hacen sin perder de vista el bienestar de los demás.
Y yo me siento bien por ello, porque pese a mis muchos errores, sigo teniendo ganas de un curso nuevo. Eso sí, después de las vacaciones... Y tú, ¿has tenido un buen curso?
photo credit: June 2016 via photopin (license)
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