Gracias a esta movilidad pudimos ampliar las perspectivas y, a los que teníamos poca vocación por los estudios universitarios que cursábamos, nos acercaba a otra forma de aprender y evaluar que incluso nos parecía demasiado fácil para unos estudiantes españoles acostumbrados a empollar manuales de un grosor relevante. Pasamos de sólo hincar codos durante noches, a saber trabajar con otros jóvenes europeos, realizar presentaciones, colaborar en pequeños grupos y utilizar el ordenador en unos años que se usaba para poco más que la consulta de la base de datos de la biblioteca.
Los meses que duraba la beca Erasmus, mucho más exigua que actualmente, disfrutamos de ese espíritu europeísta y de convivencia que nos hacía mirar con ilusión la posibilidad de poder trabajar en un país extranjero sin trabas y sin ningún tipo de discriminación. Incluso veíamos como una panacea la posibilidad de la moneda única, que se antojaba la única diferencia real entre los jóvenes de la UE.
Y, ¿dónde ha quedado ese espíritu europeísta? Hoy en día se multiplican las ayuda a la movilidad de estudiantes y profesores, el actual programa Erasmus+ está dotado de un presupuesto millonario y cada vez mayor, pero mi sensación es que los jóvenes sienten desapego hacia las instituciones europeas y hacia ese proyecto en común que es la Unión Europea. No sé si se debe a falta de educación al respecto, donde sólo se suele trabajar el aburrido tema de los organismos de la UE, o por la indiferencia que provocan unas políticas europeas donde los ciudadanos parecemos no contar para nada. Por no hablar de la falta de solidaridad y valores comunes a los que nos hemos acostumbrado con el tema de los refugiados, los inmigrantes o la crisis económica de los llamados países del Sur (esos que algunos llaman PIGS).
Percibo también falta de ilusión por estudiar en otro país, o incluso como se denigra la posibilidad de trabajar y formarte profesionalmente en el extranjero como si fuera una obligación y no una posibilidad más que nos permite la ciudadanía europea. Creo que nos sigue faltando educación, dirigida a los más jóvenes, donde se fomente la necesidad de conocer otras culturas, idiomas y formas de trabajar, más aún en unos años donde nuestros alumnos tienen menores responsabilidades familiares y personales y pueden permitirse más fácilmente un cambio de residencia. Afortunadamente, hoy día existen programas que abarcan todas las etapas educativas, para docentes y alumnos en edad escolar, Formación Profesional, Adultos, universitarios... Tan sólo hace falta una buena orientación y mucha educación para que nuestros jóvenes perciban Erasmus como una enorme posibilidad que mejorará su empleabilidad y supondrá un crecimiento personal.
Porque estudiar o trabajar en otro país aporta mucho personalmente y supone un aprendizaje vital difícilmente alcanzable en cualquier programa académico. Sigamos insistiendo a nuestros alumnos, y no sólo el en #DíadeEuropa, en las posibilidades de programas como el Erasmus que ayudan a su vez a construir un proyecto europeo en horas bajas.
photo credit: Galway City, Galway, Ireland via photopin (license)
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