En educación estamos acostumbrados a soportar una documentación farragosa en cualquier actividad dentro de nuestras funciones. Ya sea en la programación, evaluación, diseño de actividades docentes, procedimientos de calidad, formación continua, plataformas educativas, legislación, etc.
Nos hemos hecho insensibles al hecho de tener que bregar habitualmente con una serie de papeleos que están fuera de toda lógica y que roban nuestro tiempo y vitalidad en detrimento de nuestra función principal: la enseñanza. Cualquier ocurrencia que se traslada desde la administración educativa viene amparada por una serie de requisitos técnicos y documentales que coartan cualquier creatividad o motivación por llevar a cabo nuevos proyectos. Sólo por necesidad de supervivencia o por evitar acciones punibles nos enfrascamos en documentos interminables que tratan de justificar lo injustificable.
A nivel de aula, las actividades de enseñanza-aprendizaje con mayor calado se basan en el sentido común y en la sencillez de su propuesta, además de en la experiencia profesional y reflexión sobre la misma. No es operativo un sistema kafkiano que a través de un lenguaje jurídico y administrativo trata de normativizar cualquier acto educativo. Nos hemos dejado embaucar por un marketing maletendido, por un lenguaje superfluo y por un falso academicismo de supuestos expertos educativos que no pisan las aulas y de empresas con fines puramente comerciales.
En educación necesitamos mucho saber hacer, pero aún más, mucho hacer en el aula. Necesitamos tiempo para deliberar, planificar y actuar en consecuencia sin las trabas de unas normativas que suelen llegar tarde y además restringen nuestro tiempo y ejecución sosegada. En educación, apuesto por la simplificación de los procesos y de las programaciones, en favor de proyectos que conectan con la realidad y que permiten la creatividad más allá de un libro de texto que cumple con la legislación vigente.
Nuestros alumnos merecen aprender y tener profesores memorables. Esta memorabilidad se alcanza más fácilmente a través de la pedagogía y de un conocimiento de la materia que nos permite plasmar de un modo simple nuestros objetivos. Por desgracia, parece que la tendencia es a añadir contenidos ad infinitum, evaluar con más y más pruebas, y todo bajo proyectos que cara la galería parecen brillar pero suelen nacer vacíos de sentimientos y sensatez. Necesitamos ser claros en el planteamiento y en la ejecución.
Recordando de nuevo una cita de A. de Saint-Exupéry, vista en una presentación de @yoriento: "Se logra la perfección no cuando ya no se tiene nada que agregar sino cuando no se tiene nada que quitar".
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