Seguramente me meto donde no me toca. Como profesor de Formación Profesional no tengo que lidiar con padres y niños que protestan o se aburren como condenados realizando tareas escolares cada tarde y cada fin de semana. Tengo la suerte de poder trabajar en el aula todos los contenidos y competencias necesarias para llegar a ser un buen profesional.
No necesito mandar deberes que consisten en hacer unos ejercicios del libro de texto, repetir operaciones o memorizar fragmentos. Soy afortunado ya que preparo a mis alumnos para el mundo real. Ese mundo donde se necesitan personas que saben buscarse la vida, que pueden leer y seleccionar contenidos de forma crítica, trabajadores que han de adaptarse a nuevas herramientas tecnológicas y hombres y mujeres que valoran el aspecto humano de sus compañeros.
No me hace falta exigir un hábito diario a mis alumnos, porque ya tienen un compromiso cada día a las ocho de la mañana cuando vienen a la escuela. No necesito recordar que, cuando toca examen, de los tres que hago al año, cada cual es responsable y debe organizar su tiempo para el estudio. Mis alumnos son afortunados ya que pueden organizar su tiempo libre, realizar otras actividades, también importantes para su crecimiento personal, sin estar sujetos a la rutina de unos deberes que no suelen destacar por ingenio, personalización o creatividad.
En mi caso, también son felices mi alumnos, ya talluditos, porque no llegan a casa demasiado agotados después de casi ocho horas de estancia en un centro educativo. Son dichosos porque ya no son niños que necesitan más juego, más patio o más ocio con sus padres y hermanos. Mis alumnos son agraciados ya que pueden disfrutar una tarde entera para visitar una biblioteca, hacer deporte, ver una película o pasear con sus amigos, todo ello sin necesidad de estar pendientes de unas tareas y una cena temprana.
Para colmo, mi alumnos tienen un profesor sabedor que la infancia y la juventud son etapas únicas en la vida. Etapas donde la exigencia y la responsabilidad no van ligadas a unos deberes diarios. Su profesor sabe que la huella que deja la escuela no pasa por más y más tareas, idiomas o métodos de cálculo; que el amor por la lectura, el respeto a los demás o el gusto por el aprendizaje, no caben en unos exámenes finales y en unos boletines de notas.
¿Tan mala suerte tienen algunos que necesitan poner deberes?
P.S. Recomiendo lectura al respecto de Víctor Cuevas: "La tortura de los deberes"
P.S. Recomiendo lectura al respecto de Víctor Cuevas: "La tortura de los deberes"
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