Dándole vueltas de nuevo al tema de la creatividad, me tropecé, en un documental recomendado por mis alumnos, con una frase que venía a decir que la creatividad se produce cuando somos auténticos; que la creatividad no es cualquier experimento que se sale de lo convencional.
Enlazando este proceso creativo con nuestro desarrollo profesional, encontramos un paralelismo con los individuos que actúan de una forma en su entorno personal y de otra muy distinta en su entorno laboral. ¿No conlleva eso una pérdida de creatividad? En el mundo educativo es manifiesta esa diferente actuación; ¿o no hacemos un papel cuando ejercemos como docentes?
Parece que la docencia obliga por definición a situarse frente a los alumnos. Parece que somos un enemigo a batir o a soportar. Parece que tenemos la razón en casi todo. Parece que somos los únicos en el aula con responsabilidad o con tareas y preocupaciones pendientes. Parece que estamos obligados a guardar una compostura o una fachada a la que renunciamos cuando escapamos del aula o del centro educativo. Parece que somos guardianes de la disciplina a tiempo completo. O al menos, debemos parecerlo.
No entiendo por qué las relaciones con el alumno no son más naturales, ¿por qué no apelamos más a los sentimientos? ¿por qué no podemos mostrarnos tal y como somos con amigos y familiares? Si echamos marcha atrás, y tratamos de recordar aquel profesor memorable que tuvimos, seguro que éste destacaría por su buen trato dentro y fuera del aula; no por sus vastos conocimientos o su rectitud.
Siendo naturales podemos disfrutar en el aula. Tenemos la posibilidad de crear un ambiente propicio a la curiosidad y a las propuestas del alumno. Es más sencillo empatizar y conectar con la clase al no sentirnos obligados a marcar nuestra autoridad. Siendo auténticos somos más respetados y, sobre todo, sentir el aprecio del alumno por nuestra persona o nuestras clases. La autenticidad nos permite esquivar las programaciones, darle cabida a lo que no parece importante pero que es vital en la educación.
Dejar de lado ese papel impuesto de profesor y abandonar esa impostura heredada, es un paso imprescindible para cambiar nuestra educación. Entrar en el aula tal y como somos, nos facilita el trabajo diario. Entrar cada día con el disfraz de profesor sólo lleva a que tú y tus alumnos estéis deseando finalizar la jornada escolar.
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Si cuando empecé en educación, hubiese hecho caso de historiales y expedientes de alumnos que me llegaban, si hubiese sido un "personaje" en una función, hoy no contaría entre mis amigos a muchos alumnos y alumnas a quienes he acompañado en su paso por las aulas y de quines también aprendí (y sigo aprendiendo) algo.
ResponderEliminarEnhorabuena por el post
Yo sigo en el camino para no caer en ese personaje anodino que abunda en todas las profesiones. Dejar huella es lo más bonito de esta profesión.
EliminarGracias Bernat por comentar!
Si hay un profesor verdaderamente creativo, ese eres Tú OSCAR!
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