No es infrecuente escuchar, sobre todo cuando se habla de marketing educativo, que el alumno es nuestro cliente. O en su defecto, los padres del alumno. El discurso economicista que arrasa con todo, educación incluida, trata al alumno como un cliente o potencial consumidor al que satisfacer. Los centros educativos compiten por captar alumnos, subir en los rankings de mejores colegios u ofrecer lo que parece demanda la sociedad -o el mercado- actual.
Personalmente, no me gusta comparar a un alumno con un cliente; ya que como docentes también podríamos ser tratados como meros empleados satisfactores de un servicio. Aún así, existe un lado positivo si considerásemos al alumno únicamente como cliente. Si pensáramos igual que un empresario o un ejecutivo, ¿no es el cliente lo más importante en nuestra empresa? ¿no hay que tratar ante todo de satisfacer al cliente? ¿no queremos que el cliente tenga una experiencia inolvidable que lo fidelice a nuestra causa? Entonces, ¿por qué a veces parece que estemos tratando con el enemigo?
En la mayor parte de los casos, los centros educativos buscan satisfacer al cliente ofreciendo servicios adicionales: idiomas, actividades extraescolares, dispositivos electrónicos o algunas comodidades que ayuden en la ¿conciliación? laboral de las familias. Pero, ¿está el alumno satisfecho? ¿se le trata como la prioridad del proceso educativo? ¿no postergamos al alumno en función de otros intereses: horarios laborales de las familias, comodidad de los docentes, electoralismo, etc.? ¿dedicamos el 99% de nuestro tiempo a que nuestros alumnos aprendan y vuelvan felices cada jornada escolar?
Desafortunadamente existen muchos intereses que se anteponen a la educación de los alumnos. La falta de visión o el simple egoísmo - el dichoso confort- nos suelen hacer perder de vista que trabajamos para el alumno: son nuestra prioridad. Pese a la variación de la oferta y la demanda, nuestros alumnos son una materia prima única a cuidar y disfrutar cada jornada. Una demanda que nos exige actualización, pero, sobre todo, distinguir al alumno como nuestro "target" principal.
Si en lugar de una escuela, estuviesémos en una empresa corriente, no tendríamos siempre la posibilidad de convivir con chavales que nos escuchan diariamente, estudiantes sobre los que podemos influir personal y profesionalmente, alumnos a los que tratar y ser correspondidos con cariño verdadero. No sé si el cliente lleva siempre la razón, pero seguro que alumno es la razón de ser del docente. Merece ser recordado cada día que entramos al aula.
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El sistema educativo es una organización cada vez más cara y complicada en la que progresivamente se gasta más para obtener el mismo rendimiento; y gran parte del gasto empleado en educación se dedica al mantenimiento de la organización misma, no se invierte directamente en la labor educativa. En torno a la educación, se ha montado una empresa gigantesca. Además de profesores, hay un ejército de orientadores, pedagogos, asesores, inspectores, psicólogos, editores o informáticos que viven de ella. Decenas o cientos de miles de personas, máquinas y edificios dedicados a impartir conocimientos y valores de todo tipo.
ResponderEliminarComo muchas otras instituciones, el sistema educativo tiende a olvidar los fines para los que ha sido diseñado y se convierte en un fin en sí mismo. En vez de ofrecer el servicio que debiera, sirve a sus propios intereses. Se convierte en una industria que fabrica y vende un servicio, cuya demanda no depende exclusivamente de que este servicio sea necesario sino también de que se haya hecho creer que se necesita y se hayan dispuesto las cosas de tal manera que no haya otras formas de obtenerlo distintas de la oficial.
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