Últimamente me he tropezado con diferentes artículos y comentarios en Twitter acerca de la importancia del humor en la enseñanza. Introducir la ironía fina o el sentido del humor es de gran ayuda para romper la dinámica -plana- habitual del aula. El humor no está reñido con hacer un buen trabajo o con tomarse en serio la profesión que desempeñamos. Ver artículo de Víctor Cuevas al respecto.
No todos podemos ser monologuistas populares. Aún así, es posible introducir momentos de asueto o desinhibición donde la risa sea la protagonista. Momentos, al principio, durante o al final de la clase, donde comentar la actualidad en clave de humor, contar alguna anécdota graciosa o, en el caso de poco arte y salero, proyectar alguna viñeta o vídeo simpático. Siempre desde el respeto mutuo.
El humor hace más llevadero la asistencia en el aula. Unas aulas donde los alumnos pasan muchas horas sentados y donde el mobiliario no suele acompañar a una forma de trabajo donde podamos aprender haciendo y colaborando. Parece que las aulas de las escuelas ejercen un efecto disuasorio. En cuanto salimos al exterior en una actividad programada o quedamos a comer con otros compañeros, surgen las bromas y las risas.
Trabajar y aprender disfrutando es lo mejor que nos puede pasar. Las Señoritas Rotenmeyer o los Sargentos de Hierro están desfasados. Que la clase deba ser un espacio permanente de trabajo monacal no está todavía incluido en la LOMCE o en los currículos. Tenemos espacio y tiempo para la distensión. Como dice Joaquín Reyes: "Nadie se ríe de aburrimiento". Y, como me preguntaba hoy un alumno: ¿se puede ser feliz haciendo lo que no te gusta? Para pensar... Seguro que el buen humor puede ayudar a que nos guste algo más nuestro trabajo.
Os dejo con esta sesión de la Escuela de Educación Disruptiva celebrada recientemente: "Habitar el aula: afectos, espacios y humor".
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