La exigencia o rigidez a la que nos acostumbra la escuela solemos calcarla cuando ejercemos luego como docentes. Esperamos un comportamiento "adecuado" de niños y jóvenes, ganas de estudiar y un sentimiento de responsabilidad casi infinito. Queremos unas notas excelentes que sean carta de presentación y motivo de orgullo de la parentela.
A algunos se nos pueden olvidar los años de tarambana. Cuando comienzas a tratar de enseñar parece que recibes un aire divino de suficiencia y responsabilidad. Parece que la ocupación docente principal sea marcar el camino del discente. Nuestra madurez es mayor, gracias a los años vividos, pero intuimos haber recibido unos poderes que nos hacen casi infalibles con el alumno.
Los años nos van ubicando como profesores. La empatía nos invade poco a poco. Cambiamos la mirada sobre nuestros alumnos. Unos alumnos con unas circunstancias personales que pueden ser muy diferentes a las que nosotros hemos vivido. Podemos exigir un esfuerzo, pero sabemos también que ser joven significa cierta irresponsabilidad, desacato o diferentes prioridades.
Craso error cometemos si, como docentes, priorizamos unas décimas del boletín de notas sobre las cualidades humanas de nuestros alumnos. Empatía, aprendizaje permanente y pedagogía son las mejores bases para el comienzo de todo docente. ¿Por qué no insistir en ellas en nuestros comienzos?
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Pienso que cuanto más joven más empatía tienen los alumnos contigo,puesto que el gap generacional es menor. La juventud es considerada un valor entre nuestros alumnos y cuanto más mayor es el profesor,es más tolerante y paciente con los resultados del boletín pero no así con valores como el respeto,el saber estar,vestimenta etc..y eso crea una barrera entre ambos.
ResponderEliminarQuizás estés en lo cierto, pero podemos aprovechar el trabajar con gente más joven para no aumentar ese gap. Eso sí, hay que cultivar mucho la paciencia, el tacto y sobre todo el respeto entre y con los alumnos. Y cuesta mucho! ;)
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