No es infrecuente escuchar comentarios acerca de la categoría de unos estudios frente a otros. Distinguir o (des)prestigiar ciertas profesiones. Unas apreciaciones, bastante subjetivas y con poco fundamento, que vienen de lejos. Opiniones un tanto clasistas que infravaloran determinadas titulaciones o profesionales.
Las tradicionales carreras universitarias de letras frente a las técnicas o de ciencias. Los universitarios y los de formación profesional. Los profesionales de prestigio frente a los auxiliares o sin cualificación aparente. El empresario o emprendedor, que suena muy bien, en oposición al mero trabajador por cuenta ajena o el simple funcionario.
Algunos parecen no querer enterarse de lo necesario e imprescindibles que son muchos oficios considerados como inferiores. Lamentablemente, aún se sigue midiendo a las personas por su titulación. Una titulación que, hoy día, no es garantía de nada. Presumir de estudios dice poco del presuntuoso. No es difícil conocer excelentes profesionales con estudios reglados básicos, o talentosos trabajadores con una titulación no relacionada con la ocupación que desempeñan.
Confundir titulación con cualificación es uno de los males que seguimos arrastrando en nuestro país. Nos movemos por un sistema donde priman los títulos para acceder a una entrevista de trabajo. Donde en una oposición tiene más valor la memoria que el saber hacer. Donde un currículum es un listado de cursos más o menos oficiales. Un sistema que categoriza a los empleados de forma simple y, además, algunos tratan de jerarquizar como si tratasemos con títulos nobiliarios.
La experiencia, las competencias personales o la actitud suelen ser más valiosas que los títulos que acumulamos. Personalmente, me decanto antes por un profesional con ganas, atento y diligente, que por el "experto" de turno.
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