Las prisas, el estrés, la acumulación de tareas, la rutina, la vida familiar... son buenos argumentos para no reunirnos y hablar de los que nos (pre)ocupa: la educación. Siempre tenemos al lado algún compañero/a que nos puede aportar algo. Por más que acumulemos años de experiencia profesional, siempre es posible aprender de buenas prácticas de otros profesores y de su experiencia con los alumnos.
Por ello, encuentro fundamental articular momentos y espacios donde poder conversar formal e informalmente, de manera periódica, con nuestros compañeros de escuela. Es imprescindible realizar un esfuerzo y encontrarse para conocer las sensaciones y experiencias de colegas con los que compartimos aulas, pasillos, salas y reuniones más o menos esporádicas.
La burocracia, con los constantes cambios legislativos, las programaciones o la titulitis española no debieran frenar unos tiempos donde charlar de lo que cada uno hace en su pequeño mundo: el aula. Abramos nuestras aulas con ánimo de compartir. En nuestra profesión, competir es de insensatos o necios. No confundamos competir con ser competitivos. Compartir ayuda a conectar con otras personas, es terapéutico, y, personalmente, creo que nos hace más felices en nuestro trabajo.
Por suerte, en mi escuela, estamos en ello. Hemos comenzado a encontrarnos mensualmente para comer y charlar; conversar sobre un día a día en el aula que muchas veces no tenemos tiempo para digerir reposadamente.
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