Puede parecer un (des)propósito de año nuevo, pero es algo que ya vengo rumiando hace tiempo, ¿son imprescindibles o vitales los exámenes escritos?

Bien sabemos que muchos alumnos se preparan sólo para los exámenes, dejando el periodo lectivo en un segundo plano o como una obligación ineludible. Que el éxito profesional o personal no van en muchos casos ligados a unas calificaciones brillantes.
Es difícil cambiar el chip en el profesorado. Un profesorado que ha heredado un modelo que asimila como idóneo o, peor aún, como algo cómodo para evaluar a una clase que suele ser más numerosa de lo que convendría. El sistema sigue un círculo vicioso desde hace décadas: clases magistrales, exámenes parciales y finales, corrección en rojo, medias, nota final y recuperación (en su caso). Algunos le añaden una pizarra digital o un examen online, pero, al fin y al cabo, siguen el mismo patrón.
¿Y qué podemos hacer? Por lo pronto, reflexionar y repensar sobre este sistema caduco. No creo que haya un modelo ideal, pero si que podemos encontrar alternativas que minimicen la importancia de los exámenes y que se centren en el trabajo diario en el aula. Aprovechar y disfrutar las horas lectivas junto a los alumnos debiera ser la principal (pre)ocupación del docente.
A los alumnos también les puede resultar extraño este cambio de paradigma, pero a la larga lo agradecen. He aquí uno de los principales males de la LOMCE: volver a las pruebas estandarizadas desde bien pequeños. Perpetuamos un modelo que no se ajusta a la sociedad actual ni venidera. Al menos, que esta evolución deseable no se estanque por nuestra inoperancia. Está en nuestras manos.
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