Es muy frecuente escuchar ocurrencias en cualquier parte. Ocurrencias que llegan incluso a trastocar propuestas bien reflexionadas. La falta de sensatez o el ritmo frenético a la hora de tomar decisiones nos hacen caer en la ocurrencia permanente.
La tarea de reflexión, estudio previo o consulta a otros profesionales parece caída en desuso. La actual vorágine de información parece habernos vuelto menos reflexivos. En lugar de aprovechar el conocimiento que hay disponible, tengo la sensación que cada vez hay más gente que parece saber de todo y de nada al mismo tiempo. Ocurrencias con la mejor o peor intención, pero, al fin y al cabo, ideas irreflexivas que sólo los genios terminan por acertar. Las modas o los personajes con un buen marketing campan hoy a sus anchas.
Cualquiera puede discutir de leyes económicas, derecho laboral, electrónica o la cría de marsupiales. Pero, informarse, reflexionar, redactar tu propuesta y debatirla con personas que han realizado los mismos pasos, parece algo cada vez más improbable. Sólo hace falta encender la televisión para encontrar debates estériles. Un modelo que se extiende por doquier y alcanza a empresas, órganos de gobierno o equipos de trabajo.
Escuchar a profesionales con años de experiencia, actualizarse permanentemente, saber encajar críticas y cortar ocurrencias propias y ajenas, es algo fundamental para la salud de las organizaciones. Es la vacuna para el desencuentro o la ineficacia. Guardemos las ocurrencias para los cafés y reflexionemos algo más.
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