La enseñanza debe ser una de las pocas profesiones donde uno comienza a ejercer sin que nadie intervenga o te acompañe a lo largo de la carrera profesional. Lo habitual es titularse en una universidad, realizar alguna especialización -más bien pobre- en pedagogía y acabar dando clases tras una oposición o entrevista de trabajo.
Aún recuerdo entrar en un aula como quien salta a un ruedo. Temeroso de los alumnos, no mucho menores que yo, e intentando preparar las clases consultando manuales y visitando bibliotecas. Nuestro sistema educativo, en relación a la carrera docente, te hace aprender a fuerza de caídas. Uno puede comenzar dando clases como en el siglo XIX y terminar jubilándose del mismo modo. El progreso, en nuestro ejercicio profesional, depende fundamentalmente del interés personal de cada profesor.
Pueden existir planes de formación, cursos oficiales, homologados o bonificados, subvencionados o privados, pero, si no existe un interés o motivación real, todo permanece igual. El coto privado del aula seguirá cerrado y sin posibilidades de avance o mejora. Y, lo peor de todo, es que ni leyes educativas actuales o futuras, véase la famosa LOMCE, hacen hincapié en este aspecto. Porque se pueden cambiar itinerarios, materias o pruebas evaluatorias, pero la clave está en la mejora de la práctica docente. Mejores profesores equivale siempre a alumnos mejor formados y educados.
Tan sólo necesitaríamos buenos y experimentados profesores que acompañen a los más jóvenes en su iniciación a la docencia. Estos mismos excelentes profesores, con buenas prácticas contrastadas, podrían abrir vías de trabajo o de debate con sus compañeros de trabajo. Todo con el objetivo de crecer como docentes, de conocer las prácticas o soluciones que funcionan a otros profesores. Todo con el propósito de saber en qué estamos fallando con nuestros alumnos.
No podemos seguir con lo que nos resulta más cómodo, año tras año, y no replantearnos nuestra actividad. No podemos seguir trasladando un modelo pedagógico heredado, también en los docentes noveles, y que es necesario adaptar a los cambios actuales.
Necesitamos cambiar la actitud típica del profesorado. Un profesorado poco acostumbrado a la crítica en su profesión. Una crítica que puede venir de docentes más o menos mayores. Una crítica que debe ser recibida como una oportunidad de mejora en nuestra labor diaria de enseñanza.
Por suerte, ahora tenemos las redes sociales como Twitter, o los blogs, donde se puede aprender de la experiencia de otros profesionales que comparten su trabajo. ¡Ojalá me hubiera encontrado este mundo virtual cuando comencé a trabajar! Aún así, seguro que a nuestro lado tenemos compañeros con mucho que ofrecer y mucho que enseñar a los que deseamos seguir aprendiendo.
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