Siento ser repetitivo al respecto, pero parece que no queremos abrir los ojos. Sí. La actitud del alumno es lo que realmente importa. Hoy en día, con la moda de tratar de medirlo todo, la actitud parece quedar relegada a un segundo plano.
Se habla mucho de rankings, pruebas evaluadoras, niveles de calidad, competencias básicas, etc. Pero a la hora de la verdad, cuando llegan las "deseadas" calificaciones, pocos se acuerdan de la actitud del alumno en clase. Una actitud, para bien o para mal, que necesita ser valorada para reforzar a los que se esmeran en el aula o tratar de motivar a aquellos que sólo están de cuerpo presente en clase.
Con actitud, pese a nuestras imperfecciones, se puede llegar a casi todas partes. Se necesita actitud para llevar a cabo cualquier trabajo profesional, para relacionarse con los demás o para superar contratiempos. La actitud, unida a la bondad, son casi garantía de éxito para el desarrollo personal y profesional de cualquier persona. Mucho más que esas deseadas competencias tecnológicas, matemáticas o lectoras. Mucho más que unos exámenes finales y unos deberes bordados.
Considerar la actitud de un modo formal es fundamental para la evaluación del alumno. Una actitud que no puede quedarse en unos negativos o positivos a lo largo del curso. Debemos reflejar y considerar la actitud del alumno tanto a través de entrevistas como mediante la calificación inevitable del alumno. La desconsideración de la actitud del alumno supone una dejación de nuestra función educadora. Dedicarnos sólo a la instrucción -¿sólo se educa en casa?- supone hacer un flaco favor a nuestro alumnado.
Hoy, como siempre, se necesitan personas consideradas, con ganas de aprender, reflexivas, solidarias y congruentes con lo que hacen y lo que dicen. Y eso no está en los libros de texto...
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